¿Calamaro estaba loco o qué? O no. O tal vez sí, o todo, o nada o quizás un poquitín.
Me arde, dice, ¡dice que le arde!, le arde la vida, le revientan las cañerías de los intestinos, le arde el encefalillo de su entrecejo, le arden los entrepaños de los genitales.
¡Le arde la Navidad!
Le arde los cambios que giran y giran y vienen para volver a irse por nuestras vidas.
Llevo días obsesionado con esta canción y ya se repite sin tregua, qué latosa: parece un estribillo estroboscópico, un villancico tosco que no puedo detener jamás en mi cabeza. Le arde, me arde, qué jodido, salto a la pata coja (con la pata buena, la no esguinzada, por supuesto) y le grito: ¡qué arda la muy…!
Y pido perdón a quien ame la Navidad. A mi me devora y me enamora. Soy el perfecto amante “autofago”.
Tan sólo le salva a Calamaro la frase con que termina su canción: “...el problema es que la nena, era linda pero buena gente,...y me tocó la frente...”
Y me tocó la frente.
Feliz Navidad, y que les arda a todos.
jueves, diciembre 17, 2009
jueves, diciembre 10, 2009
Tres visiones para un cambio: Libro Electrónico
Quisiera tratar de sintetizar brevemente la posición de los tres ponentes en el debate del libro digital, al que tuve el gusto de invitarles el otro día, fue un debate la mar de interesante. Lo hago para dejar constancia mental de un cambio que se avecina, de un cambio que bajo mi punto de vista supondrá una total transformación en la forma de consumir el libro. Y creo que está aquí al lado, a la vuelta de la esquina.
Mi memoria puede fallar, no tomé apenas notas, eso sí, todos aprendimos bastante de los ponentes.
Primeramente habló Luis Collado que supo sacar fuera del debate la polémica con Google. Porque Google ante todo desea fomentar el libro, que es lo fundamental, lo importante (¡viva el libro!). Luis Collado representa el perfil del “editor tradicional”. Google ha sido inteligente, ha sabido buscar un facilitador que aproxime a los pequeños editores a la red. Esta visión me parece especialmente práctica e inteligente, conectar al editor, que no sabe como llegar al nuevo lector digital a través de la única y gran herramienta (es broma): Google.
Después, Jesús Badenes (http://www.editorial.planeta.es) expuso la visión de los editores tradicionales. El punto crítico para ellos es proteger los derechos de autor, que no es sino el “core” de su negocio. Dijo que el libro digital permitirá construir mejores productos, productos más retadores, pero que todo tiene su ritmo. La función del editor según él es conectar oferta con demanda, y esto debe ser realizado de manera siempre rentable. El libro digital es una posibilidad, pero no es la única. Y la ve aún lejos, salvo en nichos concretos, como el libro de texto. Y sobre todo mucho cuidado con los piratas. Esta es la voz del “mass market”, de la industria que hace que se vendan un millón de copias de Dan Brown.
Finalmente habló Angel María Herrera (bubok.com), que aportó una visión alternativa y rupturista. No cree para nada en el DRM. Es más, el DRM era pernicioso para el modelo. Acusaba a los editores tradicionales de inmovilistas. Les dibujaba como recelosos, para él la apertura de los contenidos genera una mayor riqueza. Claro que hay intermediarios que desaparecen, pero es lo normal, lo esperable. Y el autor saldrá ganando.
Y recordemos que los cambios y transformaciones culturales más importantes del ser humano siempre han sido paralelos a la revolución del soporte “libro”:
-Primeros registros de escritura: Egipto, milenio IV aC y soporte en arcilla y papiro.
-Pergamino hasta s. III (Grecia y Roma)
-Papel, becerros, manuscritos en manos de las escolanías, etc.
-Imprenta de tipos móviles: s. XV (Gutenberg)
Y ahora…
Mi memoria puede fallar, no tomé apenas notas, eso sí, todos aprendimos bastante de los ponentes.
Primeramente habló Luis Collado que supo sacar fuera del debate la polémica con Google. Porque Google ante todo desea fomentar el libro, que es lo fundamental, lo importante (¡viva el libro!). Luis Collado representa el perfil del “editor tradicional”. Google ha sido inteligente, ha sabido buscar un facilitador que aproxime a los pequeños editores a la red. Esta visión me parece especialmente práctica e inteligente, conectar al editor, que no sabe como llegar al nuevo lector digital a través de la única y gran herramienta (es broma): Google.
Después, Jesús Badenes (http://www.editorial.planeta.es) expuso la visión de los editores tradicionales. El punto crítico para ellos es proteger los derechos de autor, que no es sino el “core” de su negocio. Dijo que el libro digital permitirá construir mejores productos, productos más retadores, pero que todo tiene su ritmo. La función del editor según él es conectar oferta con demanda, y esto debe ser realizado de manera siempre rentable. El libro digital es una posibilidad, pero no es la única. Y la ve aún lejos, salvo en nichos concretos, como el libro de texto. Y sobre todo mucho cuidado con los piratas. Esta es la voz del “mass market”, de la industria que hace que se vendan un millón de copias de Dan Brown.
Finalmente habló Angel María Herrera (bubok.com), que aportó una visión alternativa y rupturista. No cree para nada en el DRM. Es más, el DRM era pernicioso para el modelo. Acusaba a los editores tradicionales de inmovilistas. Les dibujaba como recelosos, para él la apertura de los contenidos genera una mayor riqueza. Claro que hay intermediarios que desaparecen, pero es lo normal, lo esperable. Y el autor saldrá ganando.
Y recordemos que los cambios y transformaciones culturales más importantes del ser humano siempre han sido paralelos a la revolución del soporte “libro”:
-Primeros registros de escritura: Egipto, milenio IV aC y soporte en arcilla y papiro.
-Pergamino hasta s. III (Grecia y Roma)
-Papel, becerros, manuscritos en manos de las escolanías, etc.
-Imprenta de tipos móviles: s. XV (Gutenberg)
Y ahora…
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libro digital
El sueño de Amalfitano (2666)
Roberto Bolaño está muerto. Como lo está Cervantes. Como lo está Flaubert. Como lo está Dostoievski.Vds pueden elegir, o dejar que sus vidas discurran plácidas, breves, aplacacadas o apalancadas. O leer la gran aventura: 2666
"Y le decía: escucha mis palabras con atención, camarada. Te voy a explicar cuál es la tercera pata de la mesa humana. Yo te lo voy a explicar. Y luego déjame en paz. La vida es demanda y oferta, u oferta y demanda, todo se limita a eso, pero así no se puede vivir. Es necesaria una tercera pata para que la mesa no se desplome en los basurales de la historia, que a su vez se está desplomando permanentemente en los basurales del vacío. Así que toma nota. Ésta es la ecuación: oferta + demanda + magia. ¿Y qué es magia? Magia es épica y también sexo y bruma dionisiaca y juego. Y después Yeltsin se sentaba en el cráter o la letrina y le mostraba a Amalfitano los dedos que le faltaban y hablaba de su infancia y de los Urales y de Liberia y de un tigre blanco que erraba por los infinitos espacios nevados. Y luego sacaba una petaca de vodka del bolsillo del traje y decía.
-Creo que es hora de tomar un copita.
Y, después de beber y tras mirar al pobre profesor chileno con una mirada maliciosa de cazador, retomaba, con más ímpetu, si cabe, su canto. Y después desaparecía tragado por el cráter veteado de rojo o por la letrina veteada de rojo y Amalfitano se quedaba solo y no se atrevía a mirar por el agujero, por lo que no le quedaba más remedio que despertar. "
"Y le decía: escucha mis palabras con atención, camarada. Te voy a explicar cuál es la tercera pata de la mesa humana. Yo te lo voy a explicar. Y luego déjame en paz. La vida es demanda y oferta, u oferta y demanda, todo se limita a eso, pero así no se puede vivir. Es necesaria una tercera pata para que la mesa no se desplome en los basurales de la historia, que a su vez se está desplomando permanentemente en los basurales del vacío. Así que toma nota. Ésta es la ecuación: oferta + demanda + magia. ¿Y qué es magia? Magia es épica y también sexo y bruma dionisiaca y juego. Y después Yeltsin se sentaba en el cráter o la letrina y le mostraba a Amalfitano los dedos que le faltaban y hablaba de su infancia y de los Urales y de Liberia y de un tigre blanco que erraba por los infinitos espacios nevados. Y luego sacaba una petaca de vodka del bolsillo del traje y decía.
-Creo que es hora de tomar un copita.
Y, después de beber y tras mirar al pobre profesor chileno con una mirada maliciosa de cazador, retomaba, con más ímpetu, si cabe, su canto. Y después desaparecía tragado por el cráter veteado de rojo o por la letrina veteada de rojo y Amalfitano se quedaba solo y no se atrevía a mirar por el agujero, por lo que no le quedaba más remedio que despertar. "
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Reseñas
miércoles, noviembre 11, 2009
Tres visiones para un cambio: Libro Electrónico
¡lectores todos!
Quisiera invitaros al siguiente acto en el que participo en su organización a través de ESADE, la Escuela de Negocio, en Madrid. Libro Electrónico: tres visiones para un cambio.
Tema candente de este año, a todas luces.
"El libro electrónico llama a la puerta. La industria cultural por excelencia, la industria editorial, afronta trascendentes retos y transformaciones, que ya muchos consideran similares a los que se plantearon en las industrias de la música o del cine en los pasados años.
Y no se trata solo del papel. También influye en el canal de distribución y venta, el marketing de los contenidos y la promoción de los autores, los gustos del público, el sentido de los editores y el propio modelo de negocio.
Las nuevas formas de consumir libros, de comprarlos y de leerlos darán lugar a que muchos agentes de la cadena de valor desaparezcan. Los editores más tradicionales ven peligrar su influencia. Las pequeñas librerías deberán transformar su oferta. Cabe la posibilidad de que la piratería erosione los ingresos y dañe la reputación o pueda incluso ponerse en peligro la iniciativa empresarial. Frente a los riesgos anteriores, también se presentan grandes oportunidades: Internet es la ventana a las nuevas generaciones de lectores y a los autores con iniciativa e imaginación, a la difusión y a la pluralidad de las apuestas.
No existe una única fórmula de éxito. Hay quien piensa en copiar estrategias del mundo off-line y trasladarlas a las nuevas formas de hacer negocios. Otros creen que el éxito se encuentra muy próximo a la idiosincrasia y a las formas del mundo digital."
Para más información e inscripciones (es gratis) picha aquí.
"El libro electrónico llama a la puerta. La industria cultural por excelencia, la industria editorial, afronta trascendentes retos y transformaciones, que ya muchos consideran similares a los que se plantearon en las industrias de la música o del cine en los pasados años.
Y no se trata solo del papel. También influye en el canal de distribución y venta, el marketing de los contenidos y la promoción de los autores, los gustos del público, el sentido de los editores y el propio modelo de negocio.
Las nuevas formas de consumir libros, de comprarlos y de leerlos darán lugar a que muchos agentes de la cadena de valor desaparezcan. Los editores más tradicionales ven peligrar su influencia. Las pequeñas librerías deberán transformar su oferta. Cabe la posibilidad de que la piratería erosione los ingresos y dañe la reputación o pueda incluso ponerse en peligro la iniciativa empresarial. Frente a los riesgos anteriores, también se presentan grandes oportunidades: Internet es la ventana a las nuevas generaciones de lectores y a los autores con iniciativa e imaginación, a la difusión y a la pluralidad de las apuestas.
No existe una única fórmula de éxito. Hay quien piensa en copiar estrategias del mundo off-line y trasladarlas a las nuevas formas de hacer negocios. Otros creen que el éxito se encuentra muy próximo a la idiosincrasia y a las formas del mundo digital."
Para más información e inscripciones (es gratis) picha aquí.
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libro digital,
Medios
jueves, octubre 15, 2009
What's this?
Como cuando enciendes la luz y
te das cuentas que nada falta y
que en ese preciso instante
un pequeño andamiaje se
nos desliza,
y que el nogal desprende su fruto
que el girasol oscila en el horizonte,
es un cuento largo y preciso,
una prosa con narrador que cambia
y son las palabras novedosas
del próximo cuento irrepetible,
un teorema de príncipes arrojados
una voz que antes fue mía
y que ahora es preciso entregarla,
el testigo fiel
que debo alimentar
y que se duerme esta noche
entre mis brazos.
te das cuentas que nada falta y
que en ese preciso instante
un pequeño andamiaje se
nos desliza,
y que el nogal desprende su fruto
que el girasol oscila en el horizonte,
es un cuento largo y preciso,
una prosa con narrador que cambia
y son las palabras novedosas
del próximo cuento irrepetible,
un teorema de príncipes arrojados
una voz que antes fue mía
y que ahora es preciso entregarla,
el testigo fiel
que debo alimentar
y que se duerme esta noche
entre mis brazos.
martes, octubre 06, 2009
El cielo dirimido
Estimados lectores, hace tiempo que no actualizo mi pequeño otero, que no es lo mismo que decir que no escribo. Las vacaciones fueron intensas en proyectos, unos más fructíferos que otros, pero la suma total sigue siendo buena.
Decirles que en este lapsus terminé un nuevo sueño: GOMORRA. Un cuento que trabaja mi visión de la narrativa empresarial. Me apasiona lo que sucede en nuestras empresas. En ellas encontramos lo mejor y lo peor.
Quiero descubrirles este pequeño fragmento de la obra. No les dirá mucho, pero para ponerles en contexto imaginen al ejecutivo, que una vez finalizado su trabajo (con éxito o no), es recibido por el "cielo dirimido".
Que les guste. Deséenme suerte, lo he presentado a buenas puertas, concursos y lugares de propicia publicación.
PD. Recomiendo escucharlo con este aria de Rinaldo, de Haendel. Es la banda sonora de la obra.
«Dicen del cielo dirimido y de sus proximidades, dicen del sol, del tiempo que se nos vino, de la proximidad de la noche, del tiempo negro desvelado o revelado, del tiempo lelo o del cielo dirimido.
Acerca del atardecer de los soles. De las nubes trabucadas. Del cieno que huele a trinchera de combate. Del pecado original pero baldío. Del fin atisbado gracias al prócer hueco, de la noche dislocada, y en fin, que fueron también todas las ausencias y nuestros proyectos traviesos al atragantarse. Porque era tarde o fue demasiado pronto. O quizás ya no era, ni sirvió de nada, era la fruta no recogida del árbol. Pero nos pidieron salir con fuerza, salir con las botas puestas y semidesnudos o en pelotas cruzamos la calle, cruzamos las aceras ardientes, atravesamos los mares hasta alcanzar la platea del teatro público, y allí vociferamos a todos, nos jodimos allí mismito, y nos sobaron las tetas en directo, y del graderío nos asaltaban con insultos, y nos arrastramos en el cieno de los tirantes de la cacería, y fuimos como pécoras muy viejas, muy viejas, porque sucedió que se hizo tarde para aterrizar entre las tinieblas y fue que subimos a las almenas y fue que lanzamos dardos y caímos y fuimos de carne muerta donde luego hubo huesos y finalmente quedó solamente nuestro polvo.»
Éste era nuestro cielo dirimido.
«Yo tuve una gran piscina. Yo tuve varios coches de lujo. Tuve servicio. Tuve poder. Tuve secretaria, despacho. Tuve palco. Coche y tarjeta de empresa. Comidas con proveedores que se alineaban como esclavos para darme la mano, venían a besarme los tubérculos, era un plácido contubernio de focas obesas. Era la llamada del ganso, la sentina y cruel llamada del ganso fosco, aquel que no cabría por las puertas, aquel que no subiría las escalera sin la preceptiva humillación, la justamente correspondida, gentilmente aclimatada, la abonada, que reinó por una hora y que dejó escuchar sus gritos por las esquinas. »
Decirles que en este lapsus terminé un nuevo sueño: GOMORRA. Un cuento que trabaja mi visión de la narrativa empresarial. Me apasiona lo que sucede en nuestras empresas. En ellas encontramos lo mejor y lo peor.
Quiero descubrirles este pequeño fragmento de la obra. No les dirá mucho, pero para ponerles en contexto imaginen al ejecutivo, que una vez finalizado su trabajo (con éxito o no), es recibido por el "cielo dirimido".
Que les guste. Deséenme suerte, lo he presentado a buenas puertas, concursos y lugares de propicia publicación.
PD. Recomiendo escucharlo con este aria de Rinaldo, de Haendel. Es la banda sonora de la obra.
«Dicen del cielo dirimido y de sus proximidades, dicen del sol, del tiempo que se nos vino, de la proximidad de la noche, del tiempo negro desvelado o revelado, del tiempo lelo o del cielo dirimido.
Acerca del atardecer de los soles. De las nubes trabucadas. Del cieno que huele a trinchera de combate. Del pecado original pero baldío. Del fin atisbado gracias al prócer hueco, de la noche dislocada, y en fin, que fueron también todas las ausencias y nuestros proyectos traviesos al atragantarse. Porque era tarde o fue demasiado pronto. O quizás ya no era, ni sirvió de nada, era la fruta no recogida del árbol. Pero nos pidieron salir con fuerza, salir con las botas puestas y semidesnudos o en pelotas cruzamos la calle, cruzamos las aceras ardientes, atravesamos los mares hasta alcanzar la platea del teatro público, y allí vociferamos a todos, nos jodimos allí mismito, y nos sobaron las tetas en directo, y del graderío nos asaltaban con insultos, y nos arrastramos en el cieno de los tirantes de la cacería, y fuimos como pécoras muy viejas, muy viejas, porque sucedió que se hizo tarde para aterrizar entre las tinieblas y fue que subimos a las almenas y fue que lanzamos dardos y caímos y fuimos de carne muerta donde luego hubo huesos y finalmente quedó solamente nuestro polvo.»
Éste era nuestro cielo dirimido.
«Yo tuve una gran piscina. Yo tuve varios coches de lujo. Tuve servicio. Tuve poder. Tuve secretaria, despacho. Tuve palco. Coche y tarjeta de empresa. Comidas con proveedores que se alineaban como esclavos para darme la mano, venían a besarme los tubérculos, era un plácido contubernio de focas obesas. Era la llamada del ganso, la sentina y cruel llamada del ganso fosco, aquel que no cabría por las puertas, aquel que no subiría las escalera sin la preceptiva humillación, la justamente correspondida, gentilmente aclimatada, la abonada, que reinó por una hora y que dejó escuchar sus gritos por las esquinas. »
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miércoles, junio 17, 2009
La vida es sueño
Ayer nos reestructuramos, ¡otra vez! Estas grandes empresas más que empresas son ahora culebras retorcidas, algunas de ellas enfermas, histriónicas. La lechuza eleva su vuelo y sueña, sueña, y de madrugada se libera de la prisión dorada, cárcel de presos, condena por arrancar las monedas que nos alimentan. Huye.
Y mucha suerte que tenemos trabajo, no hay que quejarse tanto. Otros sueñan con él.
Les dejo con el inmortal Segismundo, que creo que también sabía mucho de todo esto que me pasa hoy.
lunes, junio 08, 2009
El agente literario
Cuando el autor finalmente hizo de la capa su sayo, como sucede a los mariquitas que salen del armario y que renacen a su nuevo entendimiento, decidió atravesar el pasillo de los creativos muertos en vida; se sacudió el polvo de sus zapatos (unos mocasines que irradiaban un lustre concomitante), se atusó los frontales de la cabeza, hermosos bastiones donde reposaban aquellos últimos y sectarios cabellos rubios para fruncir el ceño y picar al portero automático. Lo hizo con fuerza, puesto que quería causar una impresión inmejorable al agente literario.
Pero pasar, no pasó nada. Luego espero, espero otro buen rato… y nada. Silencio, bueno, casi, de no ser por un río de automóviles que ahuyentaban todos los pensamientos del autor y de paso las palomas de la avenida. Otra vez más, tomó aire, dio un traspiés, suspiró y se ajustó el nudo de la corbata. Era de seda, de buen lustre y acabado. Y casi limpia, descontando alguna mancha de grasa extraviada en su reverso.
El autor habría de aproximar la mano lentamente al timbre, enfocando sus fuerzas en aquel voluptuoso acto, pero fue entonces cuando sonaría el móvil de trabajo: qué fastidio, esta vez era un cliente.
—Sí.Los clientes llamaban por las mañanas, por las tardes, eran unos completos maleducados, no le permitían la prolija pausa necesaria para aquel importante momento.
—Por supuesto que puedo atenderle ahora mismo
Cochina mentira, hubiera preferido colgarlo. Pero es lo que hay en la vida, sobre todo si tienes que compaginar cuerpo y alma, trabajo y crucifixión. Y mientras, pulsaba el botón con la máxima fuerza, con la terrible ambición del que buscar librarse del crudelísimo presidio aceptando así cortarse el pene (acaso como los toreros su coleta)
—Pues, dígame —Del telefonillo de la puerta partió solícita una voz.
—Quisiera ver al agente —esto lo dijo al micro del móvil y al darse cuenta de la confusión — … al agente literario… —esto último lo repitió al telefonillo y después continuó asistiendo a la voz que nacía de su móvil de trabajo.
Se hizo el silencio, fue una pausa muy larga, aunque el autor no pudo prestarla atención, puesto que seguía muy entretenido y azogado por el requerimiento del cliente.
—Ah… pues no está, no ha vuelto de comer. Inténtelo más tarde.
—¡Imposible! Había concertado una visita —dijo apesadumbrado, pero aquella voz no le respondió, y por contra le colgó el telefonillo.
Por la otra oreja la conversación con el cliente se alargaba y el autor se ponía por momentos más nervioso. Los sudores se dibujaban en su camisa a chorretones. Decidió entonces esperar a la puerta del edificio. No cabía duda, era un comercial nefasto. Y porque a él lo que le gustaba sobre todo aquella la caña de la escritura, aquel chute de creación y miseria.
La conversación con el cliente se complicaba por momentos. No llegaban a un acuerdo, y el señor cliente reclamaba no sé que aspectos sobre ciertos incumplimientos de contrato, cuando de repente imbuido por aquella conversación sintió una palma sobre su espalda para arrancarla del atontamiento. El autor giró la cabeza y allí, detrás suyo, vio una mujer bajita, con una sonrisa entre ridícula y socarrona que le señalaba la puerta insistentemente.
—¿Me permite joven?
Ágilmente le esquivó, sacó un manojo de llaves del bolso y entró al portal y así el autor tras de ella, casi a punto de pisar la falda listonada. Ambos fueron al ascensor, al fondo del pasillo, un vetusto aparato. Mientras esperaban, el tono de la conversación entre el comercial-autor y el cliente había comenzado a elevarse, a complicarse, se estaban perdiendo el respeto y el autor fruncía el ceño con enervamiento. Cedía terreno sin esperanzas de recuperarlo.
La puerta del ascensor se abrió y ambos (mujer y autor) entraron apelotonadamente. El autor pidió disculpas. Para entonces se le había caído la cartera en par de ocasiones y todos los originales habían rodado por el suelo, se doblaban y eran pisados por los cuatro pies. Quien haya subido en aquellos armatostes comprenderá cual es sobre todas las cosas la situación más embarazosa: quedarse encerrado en aquella caja metálica con un desconocido, y más si es una mujer y tú eres hombre. O al revés.
Cuando el ascensor se detuvo bruscamente entre el primer piso y la entreplanta ambos cayeron al suelo con desconcierto. Ella encima de él, de ser necesario un mayor detalle. Quizás el autor se apoyara en su trasero para recuperar el equilibrio, evidentemente este exceso había sido causado por el accidente no por ningún interés accesorio. Ella aún atontada recogió el móvil, se lo aproximó, todavía se oía el tris-tris de la conversación y el cliente iracundo clamando por su contrato y los incumplimientos.
—Su móvil
Y se lo pegó a la oreja alejándole lo más que pudo de sí con cara de asco.
El autor miró a la mujer, y quizás fuese el calor, la tensión, los gritos o la tontería del agente literario que lo esperaba presuntamente escaleras arriba, que tuvo la proclive estulticia de enamorarse unos momentos de ella. Y eran aquellos ojos negros, ojos voluptuosos, pero quién sabe si tal vez rogaran liberarse de aquel tipo que la mantenía presa contra el suelo del ascensor, pero los escritores son en parte poetas y también en parte púgiles. Que nunca violadores.
Como no dejaba de mirarle entre hipnotizado y semiaturdido ella le sacudió un sopapo (que afortunadamente le vino bien para despertarlo) y gracias a ello el móvil definitivamente retornó su camino sideral, aunque previamente se golpeó contra las paredes. Allí se desarmó en varios pedacitos, y el cliente y su conversación trascendente se esfumaron. El autor sudaba como un cerdo. Por suerte el fluido eléctrico retornó (aquellos cortes veraniegos eran unos puñeteros) y el ascensor suavemente se deslizó hasta su destino final. Justo a tiempos de haberse producido una agresión en primera regla entre los allí presentes.
La mujer abrió la puerta con prisa sin decir palabra, eso sí, murmurando una sarta de barbaridades, y le dio en las narices al autor que recogía los folios y los restos desperdigados de batería y carcasa de móvil. Salió corriendo y entró justo enfrente, en una puerta con un letrero grande, uno donde se leía “Agente Literario”. El autor no pudo verlo, se recompuso, pensó que aquella vida a tiempo parcial de escritorcillo le era insufrible, que daría todo por unas vacaciones, y repasó mentalmente su discurso y estrategia:
—Señora Paloma, soy su autor, no lo dude. Salgo del lodo para hacerla rica. Para que mis palabras le surtan de euros, que mis textos sirvan de trasunto y divertimento a niños y familiares, que mis relatos seduzcan, que pueda jubilarme de tanta estulticia atontecida. Nadie me conoce pero esto no es lo relevante; seré su negro escribano, escritor peregrino, apostata y remitente de libros, guiones o novelas por entregas a un mismo tiempo. Fabrico heroínas de plástico, dioses acolchado, paradigmáticos oficinistas. Tengo oficio de mendigo, no quiero ganar dinero, quisiera entregar mi corazón…
Y mientras repetía esta letanía llamaba a la puerta donde el agente literario le estaba esperando desde hacía unos momentos. Aquella mujer estaba de un humor de perros, había tenido que abandonar precipitadamente su comida y en el presuroso retorno a la oficina un estúpido se le había terminado arrojando encima en el ascensor, momentos antes.
[Ya sé que el siguiente poema de Benedetti no tiene nada que ver con el texto, lo mismo me da. ¡Chao compañero!¡Nos veremos allá o acá, con tus palabras, lo mismo da! ]
Pero pasar, no pasó nada. Luego espero, espero otro buen rato… y nada. Silencio, bueno, casi, de no ser por un río de automóviles que ahuyentaban todos los pensamientos del autor y de paso las palomas de la avenida. Otra vez más, tomó aire, dio un traspiés, suspiró y se ajustó el nudo de la corbata. Era de seda, de buen lustre y acabado. Y casi limpia, descontando alguna mancha de grasa extraviada en su reverso.
El autor habría de aproximar la mano lentamente al timbre, enfocando sus fuerzas en aquel voluptuoso acto, pero fue entonces cuando sonaría el móvil de trabajo: qué fastidio, esta vez era un cliente.
—Sí.Los clientes llamaban por las mañanas, por las tardes, eran unos completos maleducados, no le permitían la prolija pausa necesaria para aquel importante momento.
—Por supuesto que puedo atenderle ahora mismo
Cochina mentira, hubiera preferido colgarlo. Pero es lo que hay en la vida, sobre todo si tienes que compaginar cuerpo y alma, trabajo y crucifixión. Y mientras, pulsaba el botón con la máxima fuerza, con la terrible ambición del que buscar librarse del crudelísimo presidio aceptando así cortarse el pene (acaso como los toreros su coleta)
—Pues, dígame —Del telefonillo de la puerta partió solícita una voz.
—Quisiera ver al agente —esto lo dijo al micro del móvil y al darse cuenta de la confusión — … al agente literario… —esto último lo repitió al telefonillo y después continuó asistiendo a la voz que nacía de su móvil de trabajo.
Se hizo el silencio, fue una pausa muy larga, aunque el autor no pudo prestarla atención, puesto que seguía muy entretenido y azogado por el requerimiento del cliente.
—Ah… pues no está, no ha vuelto de comer. Inténtelo más tarde.
—¡Imposible! Había concertado una visita —dijo apesadumbrado, pero aquella voz no le respondió, y por contra le colgó el telefonillo.
Por la otra oreja la conversación con el cliente se alargaba y el autor se ponía por momentos más nervioso. Los sudores se dibujaban en su camisa a chorretones. Decidió entonces esperar a la puerta del edificio. No cabía duda, era un comercial nefasto. Y porque a él lo que le gustaba sobre todo aquella la caña de la escritura, aquel chute de creación y miseria.
La conversación con el cliente se complicaba por momentos. No llegaban a un acuerdo, y el señor cliente reclamaba no sé que aspectos sobre ciertos incumplimientos de contrato, cuando de repente imbuido por aquella conversación sintió una palma sobre su espalda para arrancarla del atontamiento. El autor giró la cabeza y allí, detrás suyo, vio una mujer bajita, con una sonrisa entre ridícula y socarrona que le señalaba la puerta insistentemente.
—¿Me permite joven?
Ágilmente le esquivó, sacó un manojo de llaves del bolso y entró al portal y así el autor tras de ella, casi a punto de pisar la falda listonada. Ambos fueron al ascensor, al fondo del pasillo, un vetusto aparato. Mientras esperaban, el tono de la conversación entre el comercial-autor y el cliente había comenzado a elevarse, a complicarse, se estaban perdiendo el respeto y el autor fruncía el ceño con enervamiento. Cedía terreno sin esperanzas de recuperarlo.
La puerta del ascensor se abrió y ambos (mujer y autor) entraron apelotonadamente. El autor pidió disculpas. Para entonces se le había caído la cartera en par de ocasiones y todos los originales habían rodado por el suelo, se doblaban y eran pisados por los cuatro pies. Quien haya subido en aquellos armatostes comprenderá cual es sobre todas las cosas la situación más embarazosa: quedarse encerrado en aquella caja metálica con un desconocido, y más si es una mujer y tú eres hombre. O al revés.
Cuando el ascensor se detuvo bruscamente entre el primer piso y la entreplanta ambos cayeron al suelo con desconcierto. Ella encima de él, de ser necesario un mayor detalle. Quizás el autor se apoyara en su trasero para recuperar el equilibrio, evidentemente este exceso había sido causado por el accidente no por ningún interés accesorio. Ella aún atontada recogió el móvil, se lo aproximó, todavía se oía el tris-tris de la conversación y el cliente iracundo clamando por su contrato y los incumplimientos.
—Su móvil
Y se lo pegó a la oreja alejándole lo más que pudo de sí con cara de asco.
El autor miró a la mujer, y quizás fuese el calor, la tensión, los gritos o la tontería del agente literario que lo esperaba presuntamente escaleras arriba, que tuvo la proclive estulticia de enamorarse unos momentos de ella. Y eran aquellos ojos negros, ojos voluptuosos, pero quién sabe si tal vez rogaran liberarse de aquel tipo que la mantenía presa contra el suelo del ascensor, pero los escritores son en parte poetas y también en parte púgiles. Que nunca violadores.
Como no dejaba de mirarle entre hipnotizado y semiaturdido ella le sacudió un sopapo (que afortunadamente le vino bien para despertarlo) y gracias a ello el móvil definitivamente retornó su camino sideral, aunque previamente se golpeó contra las paredes. Allí se desarmó en varios pedacitos, y el cliente y su conversación trascendente se esfumaron. El autor sudaba como un cerdo. Por suerte el fluido eléctrico retornó (aquellos cortes veraniegos eran unos puñeteros) y el ascensor suavemente se deslizó hasta su destino final. Justo a tiempos de haberse producido una agresión en primera regla entre los allí presentes.
La mujer abrió la puerta con prisa sin decir palabra, eso sí, murmurando una sarta de barbaridades, y le dio en las narices al autor que recogía los folios y los restos desperdigados de batería y carcasa de móvil. Salió corriendo y entró justo enfrente, en una puerta con un letrero grande, uno donde se leía “Agente Literario”. El autor no pudo verlo, se recompuso, pensó que aquella vida a tiempo parcial de escritorcillo le era insufrible, que daría todo por unas vacaciones, y repasó mentalmente su discurso y estrategia:
—Señora Paloma, soy su autor, no lo dude. Salgo del lodo para hacerla rica. Para que mis palabras le surtan de euros, que mis textos sirvan de trasunto y divertimento a niños y familiares, que mis relatos seduzcan, que pueda jubilarme de tanta estulticia atontecida. Nadie me conoce pero esto no es lo relevante; seré su negro escribano, escritor peregrino, apostata y remitente de libros, guiones o novelas por entregas a un mismo tiempo. Fabrico heroínas de plástico, dioses acolchado, paradigmáticos oficinistas. Tengo oficio de mendigo, no quiero ganar dinero, quisiera entregar mi corazón…
Y mientras repetía esta letanía llamaba a la puerta donde el agente literario le estaba esperando desde hacía unos momentos. Aquella mujer estaba de un humor de perros, había tenido que abandonar precipitadamente su comida y en el presuroso retorno a la oficina un estúpido se le había terminado arrojando encima en el ascensor, momentos antes.
[Ya sé que el siguiente poema de Benedetti no tiene nada que ver con el texto, lo mismo me da. ¡Chao compañero!¡Nos veremos allá o acá, con tus palabras, lo mismo da! ]
lunes, abril 13, 2009
Primavera en Ariadna

Hay primaveras de prestamo, primaveras de temporada, primaveras de supermercado, primaveras de crisis. Mi hijo nació en Abril y aunque siempre me gustó este mes, ahora más si cabe, lo adoraré por siempre.
Me pasaría el día entre los caminos mirando el horizonte.
Y no me lío con más palabras, que les invito a que lean el nuevo número de la revista Ariadna, compañeros de fatigas y creadores infatigables de poesía. Como no, glosan la gran "llegada" y temo que mi corazón se vuelque de un palpito. Yo me doy un paseo por allá, por su estación fresca de Primavera, que ésta sí es la genuina.
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Reseñas
lunes, abril 06, 2009
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk
He de confesar que fui uno de los últimos “agraciados” que hicieron la mili en España, lease, si alguien se acuerda aún, del antiguo "Servicio Militar Obligatorio". Eran mediados de los años 90, uno terminaba la carrera con el corazón henchido de ilusiones y muchas ganas de trabajar. El resto de amigos míos fueron objetores (honorable decisión la suya). Yo, pensando por aquel entonces que la pena sería más breve de esta guisa, asumí el castigo con resignación y le dediqué unos meses al país.
Y así fui soldado “raso” del Regimiento de Caballería Ligero Acorazado “Farnesio” (años más tarde conocí la historia y trasunto de dicha unidad, poderío y orgullo del Imperio de los Austrias), fúsil en ristre, acuartelado en una dependencias, custodias y rehenes, que, por cierto, se derrumbaban ante nuestros ojos.
Nunca amé lo castrense, y desde entonces lo amo bastante menos. Ya tengo mis razones. Aprendí muchas cosas, unas buenas, otras malas. Aprendí lo necesaria que era la profesionalización del cuerpo, aprendí el gran corazón que existía en muchos de aquellos militares, su tesón y ganar de trabajar, porque creían y de verdad en su oficio, pero también lo perverso y la negritud de otros, de intereses torticeros: no se daban cuenta que yo era un civil travestido que les observaba y tomaba buena nota, como ciudadano que soy, libre de opinión. Al final, que ellos están para servir al pueblo, no para defender “su” patria. Y algunos, y lo recalco, algunos, no se daban cuenta de este matiz.
Pero no quiero hablarles de mi, que eran otros tiempos, y quiero hablarles esta vez de un soldado especial: creo en la paz, creo en el entendimiento de los pueblos. No creo en la venganza ni en la muerte, ni en la ira.
Por eso he venido a hablarles del soldado Schawejk. Y les recomiendo el libro “Las aventuras del valeroso soldado Schwejk” del checo Jaroslav Hasek. Éste buen hombre tenía que elegir entre él o morir por un ideal fofo y hueco. Por un Estado que reprimía sin sentido a sus ciudadanos sin arbitrio. Por unos intereses que todos eludían con descaro y que no representaban sino los de una minoría. Fue un libro visionario, originado por una guerra (la Primera Guerra Mundial, antesala del horror del s.XX), pero de una actualidad asombrosa. Tan sólo lean la prensa estos días: Cumbre de la OTAN y Alianza de las Civilizaciones.
Schwejk confude magistralmente al lector pues raya lo tonto, es cómico y sagaz a un tiempo porque no es sino un sobreviviente histriónico del campo de minas. Cuando no entiendes qué sucede, cuando te persiguen para castigarte, cuando la pena es impredecible, los tontos o los ilusos, capaces de reirse de todo el mundo, incluidos de ellos mismos, sobreviven.
Buena lección. Que les guste.
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk
Autor: Jaroslav Hasek.
Y así fui soldado “raso” del Regimiento de Caballería Ligero Acorazado “Farnesio” (años más tarde conocí la historia y trasunto de dicha unidad, poderío y orgullo del Imperio de los Austrias), fúsil en ristre, acuartelado en una dependencias, custodias y rehenes, que, por cierto, se derrumbaban ante nuestros ojos.
Nunca amé lo castrense, y desde entonces lo amo bastante menos. Ya tengo mis razones. Aprendí muchas cosas, unas buenas, otras malas. Aprendí lo necesaria que era la profesionalización del cuerpo, aprendí el gran corazón que existía en muchos de aquellos militares, su tesón y ganar de trabajar, porque creían y de verdad en su oficio, pero también lo perverso y la negritud de otros, de intereses torticeros: no se daban cuenta que yo era un civil travestido que les observaba y tomaba buena nota, como ciudadano que soy, libre de opinión. Al final, que ellos están para servir al pueblo, no para defender “su” patria. Y algunos, y lo recalco, algunos, no se daban cuenta de este matiz.
Pero no quiero hablarles de mi, que eran otros tiempos, y quiero hablarles esta vez de un soldado especial: creo en la paz, creo en el entendimiento de los pueblos. No creo en la venganza ni en la muerte, ni en la ira.
Por eso he venido a hablarles del soldado Schawejk. Y les recomiendo el libro “Las aventuras del valeroso soldado Schwejk” del checo Jaroslav Hasek. Éste buen hombre tenía que elegir entre él o morir por un ideal fofo y hueco. Por un Estado que reprimía sin sentido a sus ciudadanos sin arbitrio. Por unos intereses que todos eludían con descaro y que no representaban sino los de una minoría. Fue un libro visionario, originado por una guerra (la Primera Guerra Mundial, antesala del horror del s.XX), pero de una actualidad asombrosa. Tan sólo lean la prensa estos días: Cumbre de la OTAN y Alianza de las Civilizaciones.
Schwejk confude magistralmente al lector pues raya lo tonto, es cómico y sagaz a un tiempo porque no es sino un sobreviviente histriónico del campo de minas. Cuando no entiendes qué sucede, cuando te persiguen para castigarte, cuando la pena es impredecible, los tontos o los ilusos, capaces de reirse de todo el mundo, incluidos de ellos mismos, sobreviven.
Buena lección. Que les guste.
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk
Autor: Jaroslav Hasek.
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libros
miércoles, marzo 25, 2009
Largos Pasos
Lo escribí hace años y forma parte de mi cuento largo "Héroe Local". Siempre pensé que necesitaría una buena ranchera de acompañamiento. Pongan en marcha el vídeo y lean.
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Héroe Local
viernes, febrero 27, 2009
Tempus Fugit Est
Así comienza mi última novela "Tempus Fugit Est", obra parida en busca de lectores o editores. Una colección de relatos que expía parte de mi reflexión sobre la felicidad humana y sus componentes dentro de la empresa “moderna”: los sueños y las aspiraciones, el éxito, el amor en sus diferentes vertientes, el fracaso, la muerte. Son pequeñas historias ficticias pero que siempre arrastran un poso de realidad, que remueven las entrañas del lector unas veces mediante una propuesta absurda que incita a la reflexión, otras por insinuaciones contagiadas de ironía o de humor, la más, a través de perfiles humanos que nos retan. Son largas horas las que dedicamos a nuestra vida profesional pero creo que muchas menos las que dedicamos a escarbar con interés en la pregunta: ¿Somos realmente felices en lo que hacemos?
Tiempo estimado de lectura: 10'
«Sed fugit interea, fugit inreparabile Tempus.» «El tiempo pasa irremisible, intensamente.» (Virgilio)
Los ingenios sobre el tiempo siempre han existido; fueron los dioses medievales, los constructos de los sabios quiromantes o las ensoñaciones de algunos matemáticos inefables del barroco europeo. Sentimos el tiempo como una odalisca fofa, un ave rapada que se contonea imitando una noria desmembrada; es la vejez que se torva oscura, que se rapa el vello de las axilas, que nos escupe y que nos engaña y nos acompaña por caminos equivocados hasta la muerte.
Peor sucede ahora cuando nuestra sociedad babea por el tiempo de los demás: y esto tiene nombre, lo llaman el capitalismo facilón del cronógrafo, de la agenda electrónica, del «possit», de las citas, del móvil ultracompacto que nos recuerda cuanto tenemos que hacer y que siempre hemos llegado tarde. Es la secretaria perpetua y automática que nos organiza la jornada, el remo de nuestra personal galera diaria, la que llama a nuestros clientes sin darnos cuenta e incluye los familiares y su revisión anual. «Tempus Fugit», tiempo en fuga, y tras él nuestra hirsuta felicidad, la de los mejores recuerdos adolescentes, la de los deseos irrealizados, son aquellos que embuchamos y que nos engordan en el comedor de empresa al recordarlos.
Erase que se era una sociedad anónima cuyo fin primero, su misión y visión eran ofrecer la felicidad a los terráqueos y en concreto a los habitantes de las grandes empresas, de las multinacionales. Y vendían que esta felicidad proporcionada debería corresponderse con la felicidad máxima, prudentemente personalizada para que sus clientes dispusieran de jugosos sueños: la capacidad infinita de dormir alguna hora más de madrugada, de mantener una segunda vida y quizás una ulterior oportunidad a la cual afanarse. Romper con la monotonía, el maquinismo del trabajo. Para conocer paisajes diferentes, para amar en tecnicolor y para morir por un ideal heroico y digno. Y nuestra organización tenía por singular nombre «Tempus Fugit» y con sabiduría hubo patentado un servicio en exclusiva que proporcionaría tal grado de bienestar y satisfacción: ofrecía a sus clientes empresariales «contadores de historias», cuentacuentos para organizaciones multinacionales, bufones disfrazados que se paseaban por las sedes y «headquarters» para animar así a los trabajadores cabizbajos, sobrecogidos por la incertidumbre de su responsabilidad. Todo esto, por supuesto, acompañado quizás por la dosis tecnológica precisa: cuentacuentos electrónicos por teléfono, DVD interactivos, canales de contenidos en la red, lo que fuera necesario para mejorar la «experiencia narrativa». Decía en su publicidad «créannos, que nos roban los sueños y nos hacen vivir a disgusto. Porque escasean sus trabajadores centrados y eficientes, nosotros les ayudamos a retenerlos, a recuperarlos y les pintamos sus sueños, aquellos que se les secaron, les construimos y envasamos aquellos que más les guste y necesiten.» Y luego mencionaban torticeramente a quien hiciera falta, siempre y cuando estuviese de moda, «porque se habla de la necesidad de construir nuestro sentido de vida», aunque por casualidad se les hubo olvidado mencionar que la felicidad tan sólo ocupaba un fragmento breve de nuestra libertad personal última. Aquella idea, la de contar historias también encerraba su doble intención. Guardaba consignas. Y los nuevos ensoñadores tergiversaban sus discursos mezclados con «product placement» y otras artimañas para incentivar un fiero «cross-selling», un arriesgado y taimado modelo de negocio. «Todo realmente innovador, todo muy cool»
Sus narradores por otro lado funcionaban a las mil maravillas. En nuestra sociedad de consumo esta empresa había discernido que contratando a un «pull» de escritorcillos frustrados y guionistas de segunda sería capaz de hacerse con la maquinaría atroz que ejecutará contenidos personalizados y bajo demanda. Siempre hay un san Martín a la medida de nuestra necesidades: para las azafatas, el vuelo en exclusiva acompañando a su actor favorito. A las teleoperadoras, un mes de silencio. A los poetas de los departamentos creativos, un atril y millones de lectores expectantes. A los solitarios financieros, una amante loca por los créditos revolver. De esta guisa buscaban ocupar las estrechas alacenas de nuestro tiempo vacante con emociones fabricadas, enlatadas y listas para el toque definitivo de «postponed emotion». Y ocupaban los corazones de dichos trabajadores para que no sintieran su propia infelicidad, latiendo con fuerza, sus canas y su calvicie agresiva, mezcla de estrés, mezcla de melancolía no diagnosticada a tiempo.
Imaginen: es el paisaje madrileño, los cuatro torreones del castillo que se yerguen sobretodo, el cristal y el asfalto, son pirámides con sus tumbas de faraones, que se ven desde cualquier lugar, desde la sierra, desde el río Jarama, desde San Martín de la Vega, son el punto atractor de nuestra mirada, camino y peregrinaje definitivo.
Imaginen: una gran cristalera de uno de estos mastodontes y el horizonte abierto, y las nieves que se enganchan en las cumbres y muchos metros abajo, la singular culebra de la N1. Una ligera neblina rezuma, el diablo que consigue alzarse sobre la contaminación metropolitana. Las mejores salas de presentaciones se localizan en los pisos superiores y su alquiler por horas cuesta una fortuna. Forradas de pizarra o mica, el cuero cruje y acaricia nuestros traseros. A pesar del lujo nadie quiere mirar la proyección, ni tomar las viandas de suculentos ibéricos acompañados de Pérez Pascuas, todos quieren arrojarse por las vidrieras y si tuvieran un catalejo buscarían su barrio, su casa, sus hijos marchando a la escuela. El lujo y la ostentación acompaña y atonta. Y a ultranza la altura parece hacernos un poco más dignos. Ésta es parte de la estrategia empresarial de «Tempus Fugit», conmocionar al cliente.
–Hemos diseñado nuestros contenidos cuidando fondo y forma, siempre sin ostentación ni ruido morfológico ni semántico. Evitando lugares comunes, «of course», arañando… –Este era Jaime Peñalver, el DC o Director Creativo, un pájaro de cuidado, ojos intensos, azules como la nieve, y pedazo de MFA de la Wharton Business School–…el interior, raspando los intestinos de sus empleados. Estos rellenan el formulario, todo muy simple y para el Consejo recogeremos las recomendaciones del «coacher» personal…
–¿Y habéis valorado los «adhoc meetings»? –Preguntó el directivo responsable del proyecto en la compañía cliente. Éste era un tipo más bien anodino, con voz arrastrada, visiblemente preocupado por cumplir en tiempo, que no en calidad, tal vez porque no entendía el sentido. No creía y lo disimulaba mal. Quizás por esto era el máximo responsable de las finanzas de la compañía, era un ser cuadriculado, era de los que decían que había que llegar uno mismo motivado al trabajo porque sino….era un fan del látigo y la orden perseguida, y así él cuidaba a sus muchachos del departamento. Y bien que le iba a su manera.
–Sí –Jaime Peñalver responde mientras consulta ciertas notas que hasta ese momento mantenía escondidas en su portafolios. Entona sugerentemente–:disfraces, siempre todo muy «casual», gente guapa, profesionales del teatro. No es un simple cuenta-cuentos a la puerta del edificio, no es un mero entretenimiento, es la catarsis misma –y enfatiza esta última palabra, pero lo bien cierto es que nadie en la reunión había leído a Sófocles, y se da cuenta de su error e interrumpe su discurso–… ¿más café?
Se levanta el responsable de la cuenta, se atornilla la sonrisa y sin quitar la mirada de la cristalera espeta:
–Claro, con los resultados del piloto les propondremos nuevos cambios, adaptaremos los objetivos a sus particulares necesidades, complementaremos el «media» y les ayudaremos en la comunicación interna. ¿Qué fechas...? –Siempre, siempre, las puñeteras fechas, más todavía si se quieren cumplir los objetivos de ingresos del semestre. Aquel cliente pagaba mucho, era un pez gordo, harían lo que fuera por fidelizarlo a martillazos, por adherirse a sus ricas ubres –¿…Qué fechas manejan para adjudicar el contrato?
Aquel responsable de la cuenta tenía un simple objetivo. Zamparse al cliente, volver a casa con un «sí» a cualquier precio, sus jefes han sido explícitos: «sus huevos o tu cabeza», y aunque no hacía falta ese lenguaje soez, él sabía que lo ejecutarían sin temblarles un ápice del peinado. Y aunque extremadamente «senior», tipo experimentado que paladeaba el miedo y la adrenalina, sentía como cualquier otro el tiempo fugaz, su tiempo, que se le resbalaba en la clepsidra, agotándose. Entonces mira a Peñalver y le hace una seña cómplice; es la hora de la infantería pesada. Aquel contrato los haría ricos, sólo había que mirar la cara de esos desgraciados. Sabía que estaban en sus manos. Hace un gesto y un panel se desliza y deja al descubierto una inmensa pantalla de plasma. Engola la voz, aquello lo ha practicado miles de veces. Lo sabe de memoria. Un toque de efecto y a los clientes se les cae las bragas, aquel video que van a proyectar impacta, conmueve, les hace volar.
–Señores, llámennos raros pero en «Tempus Fugit» todavía creemos en la literatura. Creemos en su capacidad de transformación, en la magia de las palabras. Vamos a enseñarles una cata de nuestra propuesta de textos para su piloto, pueden estudiarlo al completo en el «Customer Agreement» que les entrego. Nos han hablado de la situación de su empresa, de la crisis de su sector, del horrible fracaso que están experimentando sus lanzamientos. Su última encuesta de motivación revela datos alarmantes…
–Siga, todo eso lo sabemos. –Era el directivo de la empresa cliente que se impacientaba.
–…Creemos que no valen ni son efectivas las actividades tradicionales: convenciones y encuentros semestrales en hoteles, regalos, cursos sorpresa, mejoras de horarios, rotaciones… no, no, hay que llegar al fondo… tocar diana. Conmover el corazón de sus trabajadores, hacerles pensar en la cama por las noches sobre los orígenes de su amargura, descubrir qué deberían cambiar para ser más felices, y de paso llegar al trabajo a su hora. Ellos están ocho horas con Vds., les tienen secuestrados, en su terreno. Es el lugar propicio para…
Entonces la luz de la sala se desvanece. El directivo de la empresa cliente se recuesta en el sofá de cuero, bosteza levemente dispuesto a escuchar. Y es que tiene encima con este proyecto de motivación un severo problema y debe quitárselo cuanto antes. Salvo que sea un pestiño insoportable firmará aquel tonto piloto, pero eso se lo guarda por hoy, lo dejará desgranar, y se lo comunicará en un par de semanas; conseguirá cualquier ventaja adicional de pasta. Sabe que su empresa está debilitada, en retroceso sino en franca destrucción; si esto ayuda a alguien, tiempo tendrán de verlo.
O quizás no, quizás ya no les quede tiempo. Pero esto, por el momento nadie se lo imagina.
Tiempo estimado de lectura: 10'
«Sed fugit interea, fugit inreparabile Tempus.» «El tiempo pasa irremisible, intensamente.» (Virgilio)
Los ingenios sobre el tiempo siempre han existido; fueron los dioses medievales, los constructos de los sabios quiromantes o las ensoñaciones de algunos matemáticos inefables del barroco europeo. Sentimos el tiempo como una odalisca fofa, un ave rapada que se contonea imitando una noria desmembrada; es la vejez que se torva oscura, que se rapa el vello de las axilas, que nos escupe y que nos engaña y nos acompaña por caminos equivocados hasta la muerte.
Peor sucede ahora cuando nuestra sociedad babea por el tiempo de los demás: y esto tiene nombre, lo llaman el capitalismo facilón del cronógrafo, de la agenda electrónica, del «possit», de las citas, del móvil ultracompacto que nos recuerda cuanto tenemos que hacer y que siempre hemos llegado tarde. Es la secretaria perpetua y automática que nos organiza la jornada, el remo de nuestra personal galera diaria, la que llama a nuestros clientes sin darnos cuenta e incluye los familiares y su revisión anual. «Tempus Fugit», tiempo en fuga, y tras él nuestra hirsuta felicidad, la de los mejores recuerdos adolescentes, la de los deseos irrealizados, son aquellos que embuchamos y que nos engordan en el comedor de empresa al recordarlos.
Erase que se era una sociedad anónima cuyo fin primero, su misión y visión eran ofrecer la felicidad a los terráqueos y en concreto a los habitantes de las grandes empresas, de las multinacionales. Y vendían que esta felicidad proporcionada debería corresponderse con la felicidad máxima, prudentemente personalizada para que sus clientes dispusieran de jugosos sueños: la capacidad infinita de dormir alguna hora más de madrugada, de mantener una segunda vida y quizás una ulterior oportunidad a la cual afanarse. Romper con la monotonía, el maquinismo del trabajo. Para conocer paisajes diferentes, para amar en tecnicolor y para morir por un ideal heroico y digno. Y nuestra organización tenía por singular nombre «Tempus Fugit» y con sabiduría hubo patentado un servicio en exclusiva que proporcionaría tal grado de bienestar y satisfacción: ofrecía a sus clientes empresariales «contadores de historias», cuentacuentos para organizaciones multinacionales, bufones disfrazados que se paseaban por las sedes y «headquarters» para animar así a los trabajadores cabizbajos, sobrecogidos por la incertidumbre de su responsabilidad. Todo esto, por supuesto, acompañado quizás por la dosis tecnológica precisa: cuentacuentos electrónicos por teléfono, DVD interactivos, canales de contenidos en la red, lo que fuera necesario para mejorar la «experiencia narrativa». Decía en su publicidad «créannos, que nos roban los sueños y nos hacen vivir a disgusto. Porque escasean sus trabajadores centrados y eficientes, nosotros les ayudamos a retenerlos, a recuperarlos y les pintamos sus sueños, aquellos que se les secaron, les construimos y envasamos aquellos que más les guste y necesiten.» Y luego mencionaban torticeramente a quien hiciera falta, siempre y cuando estuviese de moda, «porque se habla de la necesidad de construir nuestro sentido de vida», aunque por casualidad se les hubo olvidado mencionar que la felicidad tan sólo ocupaba un fragmento breve de nuestra libertad personal última. Aquella idea, la de contar historias también encerraba su doble intención. Guardaba consignas. Y los nuevos ensoñadores tergiversaban sus discursos mezclados con «product placement» y otras artimañas para incentivar un fiero «cross-selling», un arriesgado y taimado modelo de negocio. «Todo realmente innovador, todo muy cool»
Sus narradores por otro lado funcionaban a las mil maravillas. En nuestra sociedad de consumo esta empresa había discernido que contratando a un «pull» de escritorcillos frustrados y guionistas de segunda sería capaz de hacerse con la maquinaría atroz que ejecutará contenidos personalizados y bajo demanda. Siempre hay un san Martín a la medida de nuestra necesidades: para las azafatas, el vuelo en exclusiva acompañando a su actor favorito. A las teleoperadoras, un mes de silencio. A los poetas de los departamentos creativos, un atril y millones de lectores expectantes. A los solitarios financieros, una amante loca por los créditos revolver. De esta guisa buscaban ocupar las estrechas alacenas de nuestro tiempo vacante con emociones fabricadas, enlatadas y listas para el toque definitivo de «postponed emotion». Y ocupaban los corazones de dichos trabajadores para que no sintieran su propia infelicidad, latiendo con fuerza, sus canas y su calvicie agresiva, mezcla de estrés, mezcla de melancolía no diagnosticada a tiempo.
Imaginen: es el paisaje madrileño, los cuatro torreones del castillo que se yerguen sobretodo, el cristal y el asfalto, son pirámides con sus tumbas de faraones, que se ven desde cualquier lugar, desde la sierra, desde el río Jarama, desde San Martín de la Vega, son el punto atractor de nuestra mirada, camino y peregrinaje definitivo.
Imaginen: una gran cristalera de uno de estos mastodontes y el horizonte abierto, y las nieves que se enganchan en las cumbres y muchos metros abajo, la singular culebra de la N1. Una ligera neblina rezuma, el diablo que consigue alzarse sobre la contaminación metropolitana. Las mejores salas de presentaciones se localizan en los pisos superiores y su alquiler por horas cuesta una fortuna. Forradas de pizarra o mica, el cuero cruje y acaricia nuestros traseros. A pesar del lujo nadie quiere mirar la proyección, ni tomar las viandas de suculentos ibéricos acompañados de Pérez Pascuas, todos quieren arrojarse por las vidrieras y si tuvieran un catalejo buscarían su barrio, su casa, sus hijos marchando a la escuela. El lujo y la ostentación acompaña y atonta. Y a ultranza la altura parece hacernos un poco más dignos. Ésta es parte de la estrategia empresarial de «Tempus Fugit», conmocionar al cliente.
–Hemos diseñado nuestros contenidos cuidando fondo y forma, siempre sin ostentación ni ruido morfológico ni semántico. Evitando lugares comunes, «of course», arañando… –Este era Jaime Peñalver, el DC o Director Creativo, un pájaro de cuidado, ojos intensos, azules como la nieve, y pedazo de MFA de la Wharton Business School–…el interior, raspando los intestinos de sus empleados. Estos rellenan el formulario, todo muy simple y para el Consejo recogeremos las recomendaciones del «coacher» personal…
–¿Y habéis valorado los «adhoc meetings»? –Preguntó el directivo responsable del proyecto en la compañía cliente. Éste era un tipo más bien anodino, con voz arrastrada, visiblemente preocupado por cumplir en tiempo, que no en calidad, tal vez porque no entendía el sentido. No creía y lo disimulaba mal. Quizás por esto era el máximo responsable de las finanzas de la compañía, era un ser cuadriculado, era de los que decían que había que llegar uno mismo motivado al trabajo porque sino….era un fan del látigo y la orden perseguida, y así él cuidaba a sus muchachos del departamento. Y bien que le iba a su manera.
–Sí –Jaime Peñalver responde mientras consulta ciertas notas que hasta ese momento mantenía escondidas en su portafolios. Entona sugerentemente–:disfraces, siempre todo muy «casual», gente guapa, profesionales del teatro. No es un simple cuenta-cuentos a la puerta del edificio, no es un mero entretenimiento, es la catarsis misma –y enfatiza esta última palabra, pero lo bien cierto es que nadie en la reunión había leído a Sófocles, y se da cuenta de su error e interrumpe su discurso–… ¿más café?
Se levanta el responsable de la cuenta, se atornilla la sonrisa y sin quitar la mirada de la cristalera espeta:
–Claro, con los resultados del piloto les propondremos nuevos cambios, adaptaremos los objetivos a sus particulares necesidades, complementaremos el «media» y les ayudaremos en la comunicación interna. ¿Qué fechas...? –Siempre, siempre, las puñeteras fechas, más todavía si se quieren cumplir los objetivos de ingresos del semestre. Aquel cliente pagaba mucho, era un pez gordo, harían lo que fuera por fidelizarlo a martillazos, por adherirse a sus ricas ubres –¿…Qué fechas manejan para adjudicar el contrato?
Aquel responsable de la cuenta tenía un simple objetivo. Zamparse al cliente, volver a casa con un «sí» a cualquier precio, sus jefes han sido explícitos: «sus huevos o tu cabeza», y aunque no hacía falta ese lenguaje soez, él sabía que lo ejecutarían sin temblarles un ápice del peinado. Y aunque extremadamente «senior», tipo experimentado que paladeaba el miedo y la adrenalina, sentía como cualquier otro el tiempo fugaz, su tiempo, que se le resbalaba en la clepsidra, agotándose. Entonces mira a Peñalver y le hace una seña cómplice; es la hora de la infantería pesada. Aquel contrato los haría ricos, sólo había que mirar la cara de esos desgraciados. Sabía que estaban en sus manos. Hace un gesto y un panel se desliza y deja al descubierto una inmensa pantalla de plasma. Engola la voz, aquello lo ha practicado miles de veces. Lo sabe de memoria. Un toque de efecto y a los clientes se les cae las bragas, aquel video que van a proyectar impacta, conmueve, les hace volar.
–Señores, llámennos raros pero en «Tempus Fugit» todavía creemos en la literatura. Creemos en su capacidad de transformación, en la magia de las palabras. Vamos a enseñarles una cata de nuestra propuesta de textos para su piloto, pueden estudiarlo al completo en el «Customer Agreement» que les entrego. Nos han hablado de la situación de su empresa, de la crisis de su sector, del horrible fracaso que están experimentando sus lanzamientos. Su última encuesta de motivación revela datos alarmantes…
–Siga, todo eso lo sabemos. –Era el directivo de la empresa cliente que se impacientaba.
–…Creemos que no valen ni son efectivas las actividades tradicionales: convenciones y encuentros semestrales en hoteles, regalos, cursos sorpresa, mejoras de horarios, rotaciones… no, no, hay que llegar al fondo… tocar diana. Conmover el corazón de sus trabajadores, hacerles pensar en la cama por las noches sobre los orígenes de su amargura, descubrir qué deberían cambiar para ser más felices, y de paso llegar al trabajo a su hora. Ellos están ocho horas con Vds., les tienen secuestrados, en su terreno. Es el lugar propicio para…
Entonces la luz de la sala se desvanece. El directivo de la empresa cliente se recuesta en el sofá de cuero, bosteza levemente dispuesto a escuchar. Y es que tiene encima con este proyecto de motivación un severo problema y debe quitárselo cuanto antes. Salvo que sea un pestiño insoportable firmará aquel tonto piloto, pero eso se lo guarda por hoy, lo dejará desgranar, y se lo comunicará en un par de semanas; conseguirá cualquier ventaja adicional de pasta. Sabe que su empresa está debilitada, en retroceso sino en franca destrucción; si esto ayuda a alguien, tiempo tendrán de verlo.
O quizás no, quizás ya no les quede tiempo. Pero esto, por el momento nadie se lo imagina.
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Tempus Fugit Est
lunes, febrero 23, 2009
Babel
Confluían en Babel multitud de razas, idiomas y civilizaciones. La Torre, abandonada y en ruinas, se cimbreaba, mecida por los tiempos de Oriente y Occidente.
En Babel, únicamente los muy ancianos habían conocido la Lengua Única, bajo la cual fueron edificados los cimientos originales de la vieja Torre. Después, arrojada la furia de Yahvé, los trabajos de construcción divergieron por derroteros fantásticos: cada maestro edificó según su propio y original criterio, incapaz de entenderse con el resto de lenguas de los artesanos de la obra.
Y muy al contrario del resultado que las crónicas nos transmiten, la aparente confusión de estilos y mezclas técnicas dotó al precario conjunto de una belleza y equilibrio que ya nunca después podría encontrarse en posteriores arcadas y cruceros de las catedrales; además, aquel sin fin inimaginable de constructos, si rivalizaban en belleza y originalidad, no guardaban comparación con el resultado de la Torre en su conjunto.
En fin, que fueron buenos tiempos para la Torre y el ansia que ésta representaba. Los maestros arquitectos, canteros, carpinteros, artesanos, plasmaron libremente sus ideales y sueños en aquellas piedras, relevándose en aquel singular trabajo año tras año sin descanso. La Torre no podría ser terminada nunca (como no tiene fin la imaginación y creación del ser humano) y cada piso albergaba nuevas y más arriesgadas cavilaciones de sus creadores.
Muchos turistas, llegados de lontananza, admiraban la singular y bella construcción que se alzaba sobre las nubes hasta acariciar casi las barbas divinas. Quizás, acrecentada la furia de Yahvé por semejante dislate, (éste) deseó ocultar el espectáculo de la Torre a los mortales, y mandó así cubrirla con perennes borrascas y nieblas; aún así, el regocijo contemplativo de sus absolutas y singulares maravillas parecía no verse mermado en gran medida...
Y aunque los pisos se sucedieron los unos a los otros y los maestros continuaban aparentemente alzando la construcción sin tregua, la cada vez más dificultosa comunicación de los artesanos con los visitantes (para transmitir sus ideas) que observaban (impávidos) la elevada altura donde se trabajaba, unido a la oscuridad de las tormentas, poco a poco iría dificultando la admiración de los pisos superiores (que sin duda eran a todas luces los más perfectos y singulares. Quizás, por eso fue que, la gente, entretenida por los quehaceres cotidianos, se fue conformando con una idea baga y simple de los tesoros contenidos en la Torre. Y como fue que iban perdiéndose el interés por su mayor y nueva diversidad, fueron cada vez menor el número de constructores atraídos por la aventura esforzada de participar en la Torre y cada vez menos los espectadores dispuestos a indagar en sus maravillas: todos ellos se iban conformando con una idea rápida y superficial de la misma.
De la misma manera que la secuoya muerta no pierde todas sus hojas hasta bien transcurridas las centurias, la Torre mantuvo una lenta agonía. Nadie advirtió ni se preocupó de la paulatina escasez de nuevos artesanos y el postrero abandono de los proyectos más arriesgados. Y cuando un día finalmente se hubo cerrado la Torre, nadie se quejó, apenas se visitaba aquella parte de la ciudad: los pobladores de Babel ahora disfrutaban con alegres y sofisticados devaneos, puesto que a pesar de la gran diferencia de costumbres e idiomas, habían desarrollando la habilidad de comunicarse fácilmente mediante rudimentarios símbolos. Este nuevo y práctico Lenguaje había hecho innecesarias las Artes, si bien había permitido desarrollar ingentes nuevas ciencias, en especial aquellas asociadas al Comercio y la Guerra.
Así fue como se olvidó el afán constructor de los hombres y su interés para alcanzar los cielos. Los aviones y cohetes ahora sobrevuelan el firmamento, dejando la vieja Torre muy por debajo de ellos; también dicen que Yavhé ha quedado en algún lugar desconocido, muy por debajo de aquellos artefactos. Pero a nadie le preocupa esto en absoluto.
Mi texto, sin animo de competir competir con esta otra Babel, de Alejandro González Iñárritu.
En Babel, únicamente los muy ancianos habían conocido la Lengua Única, bajo la cual fueron edificados los cimientos originales de la vieja Torre. Después, arrojada la furia de Yahvé, los trabajos de construcción divergieron por derroteros fantásticos: cada maestro edificó según su propio y original criterio, incapaz de entenderse con el resto de lenguas de los artesanos de la obra.
Y muy al contrario del resultado que las crónicas nos transmiten, la aparente confusión de estilos y mezclas técnicas dotó al precario conjunto de una belleza y equilibrio que ya nunca después podría encontrarse en posteriores arcadas y cruceros de las catedrales; además, aquel sin fin inimaginable de constructos, si rivalizaban en belleza y originalidad, no guardaban comparación con el resultado de la Torre en su conjunto.
En fin, que fueron buenos tiempos para la Torre y el ansia que ésta representaba. Los maestros arquitectos, canteros, carpinteros, artesanos, plasmaron libremente sus ideales y sueños en aquellas piedras, relevándose en aquel singular trabajo año tras año sin descanso. La Torre no podría ser terminada nunca (como no tiene fin la imaginación y creación del ser humano) y cada piso albergaba nuevas y más arriesgadas cavilaciones de sus creadores.
Muchos turistas, llegados de lontananza, admiraban la singular y bella construcción que se alzaba sobre las nubes hasta acariciar casi las barbas divinas. Quizás, acrecentada la furia de Yahvé por semejante dislate, (éste) deseó ocultar el espectáculo de la Torre a los mortales, y mandó así cubrirla con perennes borrascas y nieblas; aún así, el regocijo contemplativo de sus absolutas y singulares maravillas parecía no verse mermado en gran medida...
Y aunque los pisos se sucedieron los unos a los otros y los maestros continuaban aparentemente alzando la construcción sin tregua, la cada vez más dificultosa comunicación de los artesanos con los visitantes (para transmitir sus ideas) que observaban (impávidos) la elevada altura donde se trabajaba, unido a la oscuridad de las tormentas, poco a poco iría dificultando la admiración de los pisos superiores (que sin duda eran a todas luces los más perfectos y singulares. Quizás, por eso fue que, la gente, entretenida por los quehaceres cotidianos, se fue conformando con una idea baga y simple de los tesoros contenidos en la Torre. Y como fue que iban perdiéndose el interés por su mayor y nueva diversidad, fueron cada vez menor el número de constructores atraídos por la aventura esforzada de participar en la Torre y cada vez menos los espectadores dispuestos a indagar en sus maravillas: todos ellos se iban conformando con una idea rápida y superficial de la misma.
De la misma manera que la secuoya muerta no pierde todas sus hojas hasta bien transcurridas las centurias, la Torre mantuvo una lenta agonía. Nadie advirtió ni se preocupó de la paulatina escasez de nuevos artesanos y el postrero abandono de los proyectos más arriesgados. Y cuando un día finalmente se hubo cerrado la Torre, nadie se quejó, apenas se visitaba aquella parte de la ciudad: los pobladores de Babel ahora disfrutaban con alegres y sofisticados devaneos, puesto que a pesar de la gran diferencia de costumbres e idiomas, habían desarrollando la habilidad de comunicarse fácilmente mediante rudimentarios símbolos. Este nuevo y práctico Lenguaje había hecho innecesarias las Artes, si bien había permitido desarrollar ingentes nuevas ciencias, en especial aquellas asociadas al Comercio y la Guerra.
Así fue como se olvidó el afán constructor de los hombres y su interés para alcanzar los cielos. Los aviones y cohetes ahora sobrevuelan el firmamento, dejando la vieja Torre muy por debajo de ellos; también dicen que Yavhé ha quedado en algún lugar desconocido, muy por debajo de aquellos artefactos. Pero a nadie le preocupa esto en absoluto.
Mi texto, sin animo de competir competir con esta otra Babel, de Alejandro González Iñárritu.
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Relatos
jueves, febrero 19, 2009
La muerte en directo
Cuando la muerte me llame que me lo suplique en hinojos, que sea rápido e indoloro…Y en privado. Pero hay mucha gente que no piensa exactamente así, por ejemplo, Jade Goody. Pero esto ya lo había visto yo antes, que la idea es original de Taberner y su “Muerte en Directo”.
Saben, a vueltas con mi reflexión sobre los medios, que la chica se nos case en directo y exhiba su enfermedad terminal no me seduce ni me escandaliza. El otro día, mientras tomaba café y esperaba no sé qué, en la tele alguien tuvo la feliz idea de proyectar lo siguiente: habían atropellado un perro cruzando una autopista en el marasmo de la circulación, otro perrillo (¿su compañero, su amante?), se esforzaba por arrastrar el cadáver fuera de la calzada… al verlo, un escalofrío se instaló en mi corazón. Un animal exhibiendo un sentimiento tan profundo.. ¿tan humano? No quiero decir con esto que la pobre de Jade Goody sea una mal bestia, o una madre interesada (como dicen) que vende su intimidad para salvaguardar la prole tras su muerte. No lo sé. Hubo un tiempo que intelectualmente vendía este tipo de escándalo, el exceso, la contrapuesta, la pornografía social, eran los tiempos de Taberner (que por cierto, no supo tampoco explotar). Ahora todo esto huele a pan de circo. A hoja caída que se pudre y que pagamos por pisar. A pelea de perro.
Cuando nuestra privacidad se mensura y se le pone un PVP y se acepta su mercadeo, pues eso, es un producto más. Nada más. Eso tiene el valor que tiene. Otra cosa es el valor del que se agarra al asiento y pretende hacer de este entretenimiento su mejor calidad y modo de ocio para vivir. Valoremos cómo nos gusta divertirnos si no queremos terminar con las neuronas secas y refritas. Entonces quizás, este mercado será un mercado “vacío” (y a ver qué publicista lo esponsoriza entonces) al utilizar este botón del mando, aquel tan guapo y apenas gastado por nosotros donde se lee “OFF”.
«No digamos la palabra del canto,
cantemos. Alrededor de los huesos,
en los panteones, cantemos.
Al lado de los agonizantes,
de las parturientas, de los quebrados, de los presos,
de los trabajadores, cantemos.
Bailemos, bebamos, violemos.
Ronda del fuego, círculo de sombras,
con los brazos en alto, que la muerte llega.» (Sabines)
Saben, a vueltas con mi reflexión sobre los medios, que la chica se nos case en directo y exhiba su enfermedad terminal no me seduce ni me escandaliza. El otro día, mientras tomaba café y esperaba no sé qué, en la tele alguien tuvo la feliz idea de proyectar lo siguiente: habían atropellado un perro cruzando una autopista en el marasmo de la circulación, otro perrillo (¿su compañero, su amante?), se esforzaba por arrastrar el cadáver fuera de la calzada… al verlo, un escalofrío se instaló en mi corazón. Un animal exhibiendo un sentimiento tan profundo.. ¿tan humano? No quiero decir con esto que la pobre de Jade Goody sea una mal bestia, o una madre interesada (como dicen) que vende su intimidad para salvaguardar la prole tras su muerte. No lo sé. Hubo un tiempo que intelectualmente vendía este tipo de escándalo, el exceso, la contrapuesta, la pornografía social, eran los tiempos de Taberner (que por cierto, no supo tampoco explotar). Ahora todo esto huele a pan de circo. A hoja caída que se pudre y que pagamos por pisar. A pelea de perro.
Cuando nuestra privacidad se mensura y se le pone un PVP y se acepta su mercadeo, pues eso, es un producto más. Nada más. Eso tiene el valor que tiene. Otra cosa es el valor del que se agarra al asiento y pretende hacer de este entretenimiento su mejor calidad y modo de ocio para vivir. Valoremos cómo nos gusta divertirnos si no queremos terminar con las neuronas secas y refritas. Entonces quizás, este mercado será un mercado “vacío” (y a ver qué publicista lo esponsoriza entonces) al utilizar este botón del mando, aquel tan guapo y apenas gastado por nosotros donde se lee “OFF”.
«No digamos la palabra del canto,
cantemos. Alrededor de los huesos,
en los panteones, cantemos.
Al lado de los agonizantes,
de las parturientas, de los quebrados, de los presos,
de los trabajadores, cantemos.
Bailemos, bebamos, violemos.
Ronda del fuego, círculo de sombras,
con los brazos en alto, que la muerte llega.» (Sabines)
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Medios
miércoles, febrero 18, 2009
Asesinato de la generación 2.0
Era evidente y por otro lado era esperable: Miguel Carcaño tenía su correspondiente perfil en tuenti; el asesino también compartía con Marta su “otra” afición, y eran las redes sociales. Lugar común, de encuentro y desencuentro de hoy día. En clave cínica, qué fácil es abrirse una cuenta en myspace, en facebook y ponerse manos a la obra. Arriba la farsa.
Los periodistas dicen que de todas las redes (mafia, droga, tráfico de influencia…), las sociales son las peores. Será por no hablar del tiempo. Y no se cansan de prejuzgar con amarillismo y se regocijan escupiendo viento en contra (el pis empapando sus ojos pero aún con eso siguen erre que erre). Claro, ahora que lo pienso, será que los programas de cotilleos, sus maniqueísmos mediáticos, sus manipulaciones de marionetas son mucho más sanos para los corazones adolescentes. Ahondan el espíritu y abren los pulmones como las friegas de “vis vapurus” de la madre. Después de una maratón pornográfica de cotilleo (la “Chonchi” mostrando sus tripas al cielo abierto) me están entrando unas ganas terribles de “invitarla” a ni red de contactos, quisiera conocer todo de ella, el tamaño de sus bragas, ser su máximo seguidor y perseguidor, el postrero y pertinaz fan en twitter. Claro, para mentes resecas la red es la noticia fácil (hemos rascado la misma neurona y debe estar bastante irritada) y como buenos españoles que somos, ¡venga la envidia por delante!: a joder.
Claro que Marta tenía a todos sus amigos enganchados al Messenger. Obligada estaba. Claro que allí se coció su tragedia. Cómo no.
Pero el poso es bien otro. La poltrona de la televisión no educa. Los mass media mediatizados esclavizan. Somos libres (lo creemos), pero leyendo de torcido en los periódicos, todo lo que sucede en la red es sucio o gris y peligroso. Señores padres, den carpetazo de cierre a sus ordenadores en los dormitorios ¡Conculquen la libertad a sus churumbeles!¡Qué sean presa de los medios mediocres! Apaguen sus portátiles o que sólo visiten los periódicos oficiales.
Otro día más sin encender la tele. Qué ilusión. Las noticias me llegan por móvil. Leo mi inmácula selección de blogs. Soy un desinformado total.
En mi ignorancia veo la luz.
Post Data: Marta, he visto tus ojos hermosos en los carteles aconcogojados, ahora pendulean por las paredes conmocionados y solos. Tu familia llora. Que el criminal sea castigado, caiga la ignominia sobre su nombre, hagamos una causa común, férrea y de hierro contra el maltratro. No más Martas, que tu crimen sea de línea de salida, de camino de llegada. Nunca más otro maltrato. Que tu cuerpo no lo coma el río, que torne a casa, que tu destino guarde un sentido.
Los periodistas dicen que de todas las redes (mafia, droga, tráfico de influencia…), las sociales son las peores. Será por no hablar del tiempo. Y no se cansan de prejuzgar con amarillismo y se regocijan escupiendo viento en contra (el pis empapando sus ojos pero aún con eso siguen erre que erre). Claro, ahora que lo pienso, será que los programas de cotilleos, sus maniqueísmos mediáticos, sus manipulaciones de marionetas son mucho más sanos para los corazones adolescentes. Ahondan el espíritu y abren los pulmones como las friegas de “vis vapurus” de la madre. Después de una maratón pornográfica de cotilleo (la “Chonchi” mostrando sus tripas al cielo abierto) me están entrando unas ganas terribles de “invitarla” a ni red de contactos, quisiera conocer todo de ella, el tamaño de sus bragas, ser su máximo seguidor y perseguidor, el postrero y pertinaz fan en twitter. Claro, para mentes resecas la red es la noticia fácil (hemos rascado la misma neurona y debe estar bastante irritada) y como buenos españoles que somos, ¡venga la envidia por delante!: a joder.
Claro que Marta tenía a todos sus amigos enganchados al Messenger. Obligada estaba. Claro que allí se coció su tragedia. Cómo no.
Pero el poso es bien otro. La poltrona de la televisión no educa. Los mass media mediatizados esclavizan. Somos libres (lo creemos), pero leyendo de torcido en los periódicos, todo lo que sucede en la red es sucio o gris y peligroso. Señores padres, den carpetazo de cierre a sus ordenadores en los dormitorios ¡Conculquen la libertad a sus churumbeles!¡Qué sean presa de los medios mediocres! Apaguen sus portátiles o que sólo visiten los periódicos oficiales.
Otro día más sin encender la tele. Qué ilusión. Las noticias me llegan por móvil. Leo mi inmácula selección de blogs. Soy un desinformado total.
En mi ignorancia veo la luz.
Post Data: Marta, he visto tus ojos hermosos en los carteles aconcogojados, ahora pendulean por las paredes conmocionados y solos. Tu familia llora. Que el criminal sea castigado, caiga la ignominia sobre su nombre, hagamos una causa común, férrea y de hierro contra el maltratro. No más Martas, que tu crimen sea de línea de salida, de camino de llegada. Nunca más otro maltrato. Que tu cuerpo no lo coma el río, que torne a casa, que tu destino guarde un sentido.
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Medios
miércoles, febrero 04, 2009
Los tiempos de Humboldt (IV)
Luego Humboltd decidió actuar de la siguiente forma: los reunió a todos y dijo que primero le llegaran los más valientes, y después, por orden preciso, serían recibidos los otros, los pusilánimes ¿Si tuvieras una espada mellada harías de ella un estandarte?, les preguntaba, y todos le sonreían, como si aquel acertijo escondiera otra ignota sorpresa.
Fuera, por turnos, el resto esperaba su justo proceso, la lluvia golpeaba los rostros, fumando, meando las paredes, algunos festejando la llegada del año chino; pero todos ellos desmochando su horror, espetando palabras de consuelo o dolor o advertencia.
Fuera, por turnos, el resto esperaba su justo proceso, la lluvia golpeaba los rostros, fumando, meando las paredes, algunos festejando la llegada del año chino; pero todos ellos desmochando su horror, espetando palabras de consuelo o dolor o advertencia.
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Humboldt
martes, enero 20, 2009
Las lágrimas de Marina
Marina decía que aquello era una “bomba de tiempo”. Y mientras nos lo contaba, su mirada se resquebrajaba un poquito más. Se nos hundía entre los dedos. Porque Marina es un león, un fiero gato que había abandonado Chile engañada por las circunstancias y sentía morirse poco a poco en Madrid. Todos le habían mentido. Decía que las cosas se las pintaron de colorines, no tal cual son en la realidad: el dinero no manaba del banco, todos son gastos y su familia se desparramaba partida por el océano.
Cuando perdemos las raíces somos hombres de paja. Su marido marcha a la construcción a la costa mediterránea, se ven cada dos semanas. Sus hijas juegan una adolescencia desbocada en un país ajeno. Su anciana madre reclama su retorno cada fin de semana por teléfono. Marina se siente traicionada. Éste no era su sueño. Los emigrantes son engañados, son el eslabón débil, el esclavo de hielo, son el batallón que toma las trincheras del Armagedón a trasfigurar de nuestro tiempo horroroso.
Las lágrimas de Marina saben a lágrimas porque lo son y porque golpean el suelo con un tic-tic parecido a la lluvia. Son tan pálidas y tan solidas.
Cuando perdemos las raíces somos hombres de paja. Su marido marcha a la construcción a la costa mediterránea, se ven cada dos semanas. Sus hijas juegan una adolescencia desbocada en un país ajeno. Su anciana madre reclama su retorno cada fin de semana por teléfono. Marina se siente traicionada. Éste no era su sueño. Los emigrantes son engañados, son el eslabón débil, el esclavo de hielo, son el batallón que toma las trincheras del Armagedón a trasfigurar de nuestro tiempo horroroso.
Las lágrimas de Marina saben a lágrimas porque lo son y porque golpean el suelo con un tic-tic parecido a la lluvia. Son tan pálidas y tan solidas.
viernes, enero 16, 2009
Los tiempos de Humboldt (III)
Era Humboldt un corazón endiablado, un tirano del cieno, de la noche. Un corazón de balsa. Los tiempos de Humboldt arrastrarían cadáveres y salvajes barbarismos. Había llegado de la nada, pero entre sus uñas la sangre se le resbalaba, era torpe esperar mejores esperanzas que no fuera participar de una carnicería de lobos.
Era todo un salvaje.
Era todo un salvaje.
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Humboldt
miércoles, enero 14, 2009
Los tiempos de Humboldt (II)
Humboldt miraba subido a la azotea del torreón. A sus pies una llanura. A sus pies cabezas que se contorneaban, iban y venían ocupadas. Había subido las mil y una escaleras. La mañana despuntaba.
Sabía que éllos lo sabían. Por el momento le era suficiente.
Sabía que éllos lo sabían. Por el momento le era suficiente.
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Humboldt
Los tiempos de Humboldt (I)
De repente llegó el día. Allí fuera nevaba, hacía un viento gélido, era una capa tras otra de hielo acumulado, tipo pastel milhojas con láminas de crema pastelera, las más de nata. Los viejos del lugar se apaleaban por recordar tiempos pretéritos, tiempos como aquel que se acaecía de inmediatoy buscaban tiempos antiguos, pero sus mentes se resbalaban por los años pretéritos, inermes por las estaciones que caducas habían caídos por los suelos y ahora eran hojas muertas.
Había llegado los nuevos tiempos de Humboldt.
Había llegado los nuevos tiempos de Humboldt.
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Humboldt
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