lunes, enero 16, 2006

Una simple lección de la vida


Cuando llegamos era tarde: el sol se ponía sobre las cumbres nevadas del puerto de los Ancares, y las torcedumbres de la carretera aterrizaban suavemente al valle, hostigado por la espesura y las bocas legendarias de los lobos.

En aquel tiempo, y de esto hace más de una década, todavía habitaba el último paisano del lugar una palloza. El edificio derrengado, hosco y feo, conservaba, no obstante, el indefinido inventario del remoto y torvo pasado de aquellas tierras. En la puerta, como siempre tenía por costumbre, acurrucado, descansaba el viejecito, arrugado, retozando los finales rayos de su existencia.

Pronto, en el bar, sorprendidos por la tardía llegada de nuestro grupo de expedicionarios campistas, nos dieron señal de la ubicación de su matusalén, aunque si bien, él hacia un buen rato que nos esperaba, quizás diríase, una eternidad.

Lo reconozco, señores, porque no entendí nada de la conversación con aquel viejo, puesto que utilizaba un singular idioma de encrucijada de tierras, mezcla de gallego, castellano y quien sabe si hasta de bable.

Fue un paseo largo, inabarcable a la memoria. Recorrimos juntos, muy lentamente, paso a paso el pueblito y entre los primeras candelas de la noche, aquel hombre, utilizando gestos simples y la profundidad de sus ojos, nos hizo ver porque las tierras no tienen dueños, ni líneas y las naciones las hacen los hombres con sus vidas a su uso y medida, generación tras generación. Como los costumbres vienen y van, los mundos-países se nos transforman. Es inexorable.

Aquel anciano fue el último de su estirpe, el postrero representante de un sueño caduco. Y a su lado, nosotros, los jóvenes discípulos dispuestos a aprender aquella simple lección de la vida.

Y a transmitirla.

3 comentarios:

Juan Carlos dijo...

El Bierzo y especialmente los Ancares tienen una magia detenida especial. Por aquella época os acompañé en uno de los viajes, a lo mejor fue éste mismo. Recuerdo un viejo que nos enseñó una cabaña típica de Balouta, similar a las de la foto. Recuerdos con buen aroma que has plasmado de forma inspirada.

Félix H. de Rojas / Félix Hernández de Rojas dijo...

Me acuerdo de ese viaje: aquella subida inolvidable a Peñalva, bañados por el cometa, ¿qué nombre tenía?, el valle del silencio... alucinante.

Anónimo dijo...

en estos dias de tanto ajetreo me consuela imaginarme suplantando a ese buen hombre, tan ajeno a revisiones del euribor y comisiones de administracion y mantenimiento.