miércoles, marzo 08, 2006

Dije sí.

Este poema lo escribí hace años, pero conserva su fuerza y
también su misería y negación (por contraposición al título sarcástico).

Habla de caretas puestas al descubierto
y también de otras, muy ocultas dentro de nosotros, que nunca desvelamos. Estas, precisamente, son las peores.

Perdonadme por no haber escrito algo nuevo: la lechuza está últimamente confinada en su oficina-claustro de cristal.

De verás dije sí mil veces /
(hechizado)

de veras recogí correctos excrementos
y los canjeé por ilusiones /

me convertí en payaso de tijeras /
subí y nadé como antes nadie /

de veras volteé mi cadáver y mentí

de veras sí, que dije
y cerré los ojos / como esperando.

Dije sí.

6 comentarios:

israel villaescusa mendo dijo...

Viene como anillo al dedo en estos días de resaca carnavalesca, cuando pasadas esas fechas aún andamos con la careta puesta. A veces qué mejor que estos recovecos para lanzarla al aire y mostrar la real crudeza de nuestras facciones y aprovechar a quitarnos corazas que en silencio nos oprimen.
Reflexivo poema, amigo mío.

Anónimo dijo...

Sí, amigo mio, ya pasó el carnaval y ahora vemos lo que se oculta trás de las máscaras. El verdadero rostro.

Veamos que nos depara la cuaresma.

No ceje. No ceje. Ánimo en el trabajo.

Anónimo dijo...

Me voy.

Fernando Díaz dijo...

¡Cuantos recuerdos!
Siempre diré que eras el mejor de todos nosotros. No hay más que releerte.

GVG dijo...

Como siempre me gusta

Caque dijo...

Se terminó el carnaval. Me he arrastrado hasta mi casa dejando las calles perladas de sudor tras la brutal jarana. Subo las escaleras de la entrada del palacete, patrimonio de una aristócrata familia veneciana, hacia las habitaciones privadas, alcanzo a tientas mi dormitorio, giro la manija y entro. Allí no me impide la oscuridad, estoy en mi territorio, tantas veces por mi hollado, me guío con soltura hasta la butaca frente al aparador, me siento, enciendo las velas del candelabro y me miro frente el espejo. Tengo un aparador con espejo donde me acicalo, soy un metro-sexual del siglo diecisiete. Me arranco la máscara. La acción me hiere. Alzo el rostro y encaro el espejo, veo las yagas que me ha producido el tirar de golpe de la careta, se había empezado a fusionar con la carne en las zonas de contacto, excesivos días seguidos puesta. Me lavo la cara con agua limpia. Vuelvo a mirarme. Soy yo. Suspiro. Me desnudo. Ni para dar a los mendigos ha quedado la ropa, los manchurrones de vino y otros humores son demasiado densos, pastosos, además, no quiero donar mis miserias, o me las como yo o las destruyo. Al fin me tumbo en la cama, desnudo, y duermo el sueño de los niños sin conciencia...

Mañana sé que me levantaré en cuanto el sol ocupe el cuarto. Y me pondré vestidos limpios. Y correré a salir fuera. A sonreír al trajín del ser humano. A oler las flores del mercado. A visitar a amigos tiempo abandonados. A retomar las inevitables ocupaciones. A disfrutar de la realidad sobre las apariencias.