Pero también fueron los huesos de Mozart. Y los de Pericles. Era el arte y era la libertad pisoteada. Era la madrugada tormentosa y ceñuda.
Y todos fueron arrebatados por el odio, fueron secuestrados, ametrallados, sepultados de por vida. Me pregunto qué pensaría Lorca al verse morir, qué pensaría su compañero de fosa. Me pregunto qué se ganó aquel día disparándolos, pero también me pregunto qué ganaremos ahora con todo esto a vueltas. Que no sea la criminal venganza.
Ponemos en hilera aquellos huesos, los transportamos en cofres, recordamos su pérdida. Hay quien escribe libros y jurisprudencia sesuda, a mí tan sólo se me ocurre esto: haya paz con los muertos. Un pueblo debe guardar la memoria precisa. Pero esta no se escribe en lápidas a la puerta de las iglesias, no se deletrea en panteones construidos ad hoc, no se persigue en juicios sumarios. Haya perdón, mis muertos caminan conmigo. Sus huesos sean la ceniza del camino. Que la memoria sea la vergüenza de habernos matado siendo todos hermanos.
Pero sepamos que Lorca no murió en balde. Digamos que hubo un tiempo de furia y que los nuevos que vengan aprenderán a ser una piña, y que las ideas son fuerza, pero deben ser sobretodo libres. Busquemos razones de convivencia. De lo contrario, muchos brazos se levantaran de sus fosas, son cadáveres doblemente entregados, doblemente fusilados, por los que fueron y por los que son ahora.
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jueves, octubre 23, 2008
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