sábado, mayo 26, 2007

El trampista


Me lo encontré, os lo juro, en la esquina más recóndita del edificio de oficinas donde trabajo, en una de esas salas de las que uno nunca imaginaría que existiera dentro de nuestro complejo. Vestía, inmáculo, con traje y corbata listonada -de moda-, repeinado, muy limpio, pulcro, higiénico. Era el trampista.

Cuando me vio se aproximó y me invitó a permanecer a su lado, aunque sabía que nuestro encuentro no podía durar mucho tiempo. Fumaba como una comadreja. Aquel era su último escondrijo y yo le había descubierto en pelotas.

Quien no conozca de cerca a los trampistas pasaré a describirlos sucintamente: desempeñan el turbio juego del “tocomocho” que permite que muchos asuntos de las organizaciones fluyan grácilmente. Todos nos regimos por reglas limpias y absurdas que muchos llaman los eslabones de la cadena productiva. Nos hablamos usando estas palabras simples del negocio, directas, adecuadas y blancas, que bien conducen a buen puerto aunque en otras ocasiones no llevan a nada. Y nos entrampamos en nuestro lenguaje cerril de posiciones tontas. De las directrices de mayores de colmillo templado. Es entonces cuando desembarca el trampista para arreglar las cosas y que todo avance.

Yo he conocido a pocos, ya que son caros y difícilmente alcanzables. Llegan, permanecen con nosotros el tiempo justo, canjean y tronchan conceptos, lanzan unas organizaciones sobre otras y se marchan. Este es el trabajo del buen trampista.

Cosas así le han sucedido a cualquiera, no quiero señalar a nadie: seguro que Vds. las han vivido ya. Un día cualquiera todos nos dejamos de hablar con el vecino de al lado y para eso está el trampista, que hace la alquimia del plomo en oro. Hace que veamos el camino justo y precipitado. Que nos demos besos en la palma de la mano.

Pues bien, el trampista miraba por la cristalera, mirada el horizonte y las montañas tendidas y yo sentía y leía en su interior que su trabajo ya no le gustaba. Que sería sustituido muy prontamente por otro, por el siguiente. También vi que había un brillo tierno y discreto en sus ojos. Un brillo especial que nunca exhibía fuera, a los extraños a los cuales conciliaba y camelaba a un mismo tiempo. ¿Pero a quién cojones le gusta su trabajo a estas alturas?, pensé en aquel momento. Y allí mismo, el trampista, lucía aquella discreta debilidad, y en mi desgracia, ahora yo era testigo de ella.

Se aproximó, lanzó su cigarro lejos, lejos, a una esquina. Y sonrió y me dijo:

-Chaval, ahora ya no eres uno de ellos.

No lo sabía, había pasado la prueba y mi examen, y aunque desconocía la nota, era la suficiente para salir de aquella sala para seguirle sus pasos por siempre.

miércoles, mayo 23, 2007

SNUFF


(Aullido General al Sistema)

¿Oyeron caer los cuerpos a plomo?
¿Imaginaron el fruncir de las viseras militares
o tan sólo
adivinaron la pobreza de los indios encerrados en jaulas? /

lo SNUFF sobrevive
fuera,
en campos amotinados /

en urbanizaciones burguesas
con
sus chavales vistiendo esvásticas /

la violencia del crimen
visionado en directo
y
en hora punta/

abusando de niñas entre matorrales /

el SNUFF duro / pornográfico
del adolescente disparando
su
arma /

o del terrorista
al volar su caparazón calcáreo de justicia /

¿probaron el calor acético
de un reclutamiento en masa? /

La madre soltera enseña
SNUFF
a las crías abandonadas por el mal padre /

un mundo contaminado,
arrojo mi personal ración
SNUFF
De clorhídrico a los manantiales /

mi torpe peste
mi ridícula peste
mi amada peste

moralizando en cavernas o trastiendas,
mostrando impúdicos
genitales
a los feligreses /

gozando con sus mujeres /

véanme asido a mi espada
héroe de cristal
lúcido a mi solo
SNUFF por ti /

¿Cómo no contar los hambrientos
sin comprometerse?
¿Cómo no respetar el castigo
a nuestra singular condición depredadora? /

Temo ser viejo sin llegar
al vértigo
al absurdo
SNUFF

sin obrar sin raíces apolilladas /

quiero quedarme condenado
tan fijo y tan desolado /
sobrevivir
finalmente
al orgasmo mágico de la noche /
ser
incinerado /
pero sobre todo
no
quedar
indiferente /

tomar el SNUFF en tus ojos,
arrancarlo
lanzarlo lejos /

ver al mundo
beber tus pechos
pacíficamente morir en tu cuerpo
con o sin esperanzas /

y
saber que renovados,
lejos del atroz odio,
quedan
aún
razonables en la jauría /

no más veces que sonrío al ver
ciento treinta cadáveres incinerados
o por cierto
el último asesino en serie /

caminar los pasos
sobrecogido
admirar tu país /
tu barrio /
desesperadamente enriquecido por mis palabras /

¿Cómo cejar en mis intenciones?
¿Cómo no acumular SNUFF en fosas absolutamente vacías?
¿Cómo permitir que jueguen nuestros hijos con ello?
¿Cómo permanecer libres?
¿Cómo ser testigos de tanta miseria?
¿Cómo detener mi grito sin desbaratarlo todo?
Ilustración por Juan Carlos Castagnino

domingo, mayo 20, 2007

1 mes.

Cada día en tierra-gaya nos parece un milagro, una maravilla que se renueva por momentos. Y más aún, cuando tan si quiera llevas un mes en ella. En tan poco tiempo no se ha aprendido mucho, pero ya damos los primeros pasos firmes: sabemos llorar con fuerza, protestamos y exigimos la hoja de reclamaciones de la existencia. El llanto es una herramienta única, poderosa, un idioma que los mayores hemos olvidado tiempo atrás, quizás porque nos descubre que somos aún vulnerables y que dentro de nuestras entrañas siempre necesitamos ayuda.

Mi bebé es totalmente dependiente en estos momentos de sus papis, aunque ahora que lo pienso lo contrario definiría mejor nuestra situación familiar: dependemos absolutamente de él, de sus horarios y sus secreciones gástrico-excretoras y hasta grabamos sus tonterías para detener estos momentos felices para siempre. El bebé abre bien los ojos –de un tono indescriptible, ojos de lactante, ojos abiertos a lo nuevo cuando todo lo es- y ha comenzado a sonreír. Y nos conoce y comienza a interpretar la realidad a través de nuestra presencia y nuestros brazos progenitores. Ser bebé es un oficio complejo: el deber de crecer, de dominar el cuello, de ser amamantado por las nanas, comprender la complejidad de nuestros cuerpos, el dolor infame del hambre, el cansancio, el sueño.

He cogido al bebé y le he acompañado por toda la casa. Le he dicho, mira, esto es el salón, mira, aquí está la cocina, qué te parece este macetero y el geranio de flores encarnadas, le he presentado su nuevo hogar y sus rincones… él no paraba de mirarlo todo, como si aquel espacio tuviera algo de magnífico e inesperado que hubiera que absorber de inmediato. Luego la luz cambia, ha caído la tarde y el bebé entonces se adormila. Se acurruca contra mi pecho, sé que sueña con la madre, sueña con la teta, también con el vientre materno, con el latido del corazón y con su pasado remoto, cuando era apenas un cúmulo de células con vida.

¡Qué pronto olvidamos! ¡Qué breve son las horas! ¡Qué difícil aprisionar sus monerías, sus pucheros! Él es ahora aquello que fui hace una treintena y será lo que soy cuando yo sea otro.

viernes, mayo 04, 2007

Fuera del útero

Llegar a la vida implica sus trámites. Fuera del útero siempre hace frío, la conexión protectora ha desaparecido. Ahora somos dos, piensa la madre, y los ojillos del bebé nos recuerdan lo que antes fuimos y no recordamos: somos lo perdido. Y delante de nuestras narices el bebé hace mil carantoñas, agita sus manitas, abre su boca, se contorsiona al mundo.

Un bebé es un tesoro. El un río que se agota cada mañana. Es una parte de uno mismo que sin ser tuya te duele ahora y por la que darías todo (lo máximo). Hoy quisiera hablarles del amor filial. Cuando miras a tu hijo descubres que has dejado un escalón detrás de ti y que tu deber en este sentido ha cambiado.

Aunque él sólo duerma, succione y haga caca, tú eres una pura extremidad a su servicio, y el precio de todo aquello es una profunda quemazón, un amor que te contamina, que te dobla, que te prensa. Es la marca misma del sello de la paternidad. Siempre había pensado que nuestras vidas la justificaban los hijos, pero ahora ya puedo confirmar que todo aquello eran albricias y monsergas: todo va más allá.

Alguien dijo que pasamos el testigo de nuestra vida a estas masas de carnes, orondas y blandas. Apunten, otro tópico más, pero es la verdad misma. Hace unos días llegó al mundo una nueva generación (milagrosamente), y en esta renovación mágica somos un poco más tierra y aire.

Quisiera anotar en esta libreta, en mi otero, una tanda breve de valores para regalarle. Pero soy un ser inacabado y quizás me podría dejar alguno importante. Ahora saco mi linterna y de entre las tinieblas tengo que iluminar otro camino, no para mí, tengo compañero de viaje.

El bebe patalea. Le duele la barriga. Tose, regurgita. Ahora estas son las tareas prioritarias y más lo serán en los próximos meses. Atender lo humano, atender lo divino.

Seguiremos informando.