lunes, enero 30, 2006

LA TERAPIA

Hace tiempo que tenía pensado elaborar este post. Y ha llegado el singular momento: es largo, imagino que si os seduce su lectura, deberéis disponer de unos diez minutos. No os pido más. Se trata del primer capítulo de mi novela (no publicada), titulada "LA TERAPIA".

La acción discurre en el año 1350, en las cercanías del cenobio de Santo Domingo de Silos. Estamos en un periodo de transición y desorden, el medievo desinflándose y dando pie a las primeras luces de lo que será la posterior modernidad. Pero ahora la peste arrambla con todo: el rey Alfonso XI muere por dicha enfermedad y le sucede el polémico Pedro I "El cruel" . Pues en este ambiente se cocerá el singular encuentro con un "ser" del cual nadie conoce nada; con aberrantes deformidades, parece a primera vista que se tratara de un horrible animal. Sin embargo su mirada es humana y demuestra una inteligencia portentosa. Si lo razonable sería no dar cobijo a tal aberrante criatura, los monjes deciden acojerlo, e intrigados, le encargan al decano del cenobio la singular tarea de proceder al estudio del "ser" para así berificar su verdadera naturaleza y proceder, después, a la todavía más extraordinaria "Terapia" de humanización, es decir, la transformación de su alma bruta en humana.

Y no os doy más pistas. Serán bien recibidos vuestros comentarios.

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Por desgracia, la Terapia había comenzado demasiado tarde, y tarde habría de terminar. Además, le parecía bastante dolorosa, y lo era, hasta límites alarmantes.

La transformación no resultaba aparente. Había días que sentía verdaderos retrocesos y no podía evitar aquella horrible sensación de flaqueza, dominándolo. Podía parecer que las reclusiones fueran el principal motivo de cada uno de sus diminutos progresos, si bien, como ya acertaba a comprender en su interior, esto no era cierto. Su mecanismo le traicionaba, y por momentos, la Terapia avanzaba, lo conquistaba fatigosamente.

Todos los días había que levantarse mucho antes del alba, el lucero despuntando firme en el horizonte, aunque él nunca lo veía, tras los muros claustrales. Vagabundeaba desnudo cerca del huerto, rebuscando nabos enterrados, escarabajos o patatas, remolacha para alimentarse. La húmeda tierra, la gelidez de la madrugada lo despertaban el primero, para recordarle su real identidad, su repugnante fisonomía y sus costumbres.

Al toque de la primera oración se dirigía a la capilla. Pero antes, la Terapia le exigía vestir con escrupuloso rigor el atavío de la orden. De esta forma, su aspecto físico sería parcialmente tolerado. Los monjes más intransigentes, no obstante, forzaron la construcción de una rejilla que constituía un tabique, justo debajo del coro, donde tendría que permanecer en todas las ocasiones para que su presencia pasara inadvertida.

La memorización obligada de cada uno de los ritos practicados del lugar no resultó dificultosa. La oración le proporcionaría grandes satisfacciones, le ofrecería un encuentro duradero y cotidiano de «Salvación» (aquella «Salvación» que le parecía un milagro con significados insondables).

De aquí que repetía día a día aquellas mismas voces, las repetía para llenarlas de nuevos significados (era la Terapia misma): ora et labora, pero acaso sus enormes deformidades, el dificultoso y renqueante desplazamiento bípedo o aquellas limitadas habilidades manuales, impedían gran parte de las actividades más habituales del lugar. Tal vez fue por esto que le quedó asignada una cotidiana lectura dedicada de los tomos y ejemplares de la biblioteca. Rodeado de copistas y glosadores le fueron seleccionados los títulos que compondrían su educación. En lo que nadie reparó (al menos así fue para la mayoría en un principio) fue en su incomprensible dominio del alfabeto occidental, su erudito conocimiento de lejanas lenguas muertas. ¿Cómo entonces podría realizar tan inteligentes y brillantes comentarios? De memoria repetía a sabios ancestrales, únicamente conocidos por los más doctos. La voz cavernosa, áspera y silbante declamaba sus frases, enunciaba y refería pasajes procedentes de los rincones menos visitados de la Biblioteca. Se ganó un pequeño espacio, donde su consideración y apreciaciones, día a día, tuvieron que ser tomadas un poco más en cuenta.

Tal era el trabajo principal, pero la Terapia le exigía completarlo con nuevas obligaciones, mucho menos agradables; la limpieza de las cuadras y los establos, de los animales. Alcanzar un nuevo estadio y superar el anterior. La suciedad barrida por un cubo de cal viva o un caldero de agua no significa que nos olvidemos, más que temporalmente, de todo aquello que somos. Los animales apestaban, de la misma forma que él lo había hecho (y aún y por siempre le repetían), hedía un animal entre sus excrementos y mientras él los limpiaba, aquellos animales le miraban y sus berridos le señalaban como un pobre ejemplar desahuciado en tierra de nadie, mudando, transformándose en algún otro ser, todavía mucho más repugnante que ellos mismos.

Se repetía: la Eucaristía significa la transustanciación, la total conversión del pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Aquel misterio infinitamente repetido, sorprendente a sus ojos y que el resto consideraban un hecho cotidiano. Sin embargo, él no era capaz de verlo (aquello no se ve con los ojos humanos, se ve a través de la fe). Pero ¿y si sus ojos iban paso a paso humanizándose, cómo podría ser tan ciego como para no distinguir el continuo milagro de su transformación? Aquello le dolía en sus lágrimas recién conocidas, la Terapia se iba depositando laminarmente en su alma.

Los días de mercado iba acompañado hasta la villa silense y vendía las hortalizas que trasladaba a la gran plaza en carro. El camino zigzagueante descendía sinuoso, el burro tropezaba y resbalaban los cascos en las piedras mojadas. Descubría rostros consumidos por el sufrimiento, cansados y gastados hombres de formas escondidas tras aquellas ropas. Los niños perseguían el carro de los monjes, ya que sabían que los más piadosos entregaban los restos que no habían vendido de vuelta del mercado. Aquella extraña procesión le perturbaba. Los niños le parecían seres frágiles, seres diminutos, débiles y desprotegidos. Aquella atalaya donde vivían les proporcionaba una distancia segura, una apartada localización donde palabras como «conocimiento» y «poder» se paladeaban juntas. El prior y las autoridades del villorrio viven retiradas, nunca mezcladas. El rumor tenue de las hojas de los almendros batiéndose permite las conversaciones en voz baja. No existe ningún grito, y el castigo se recibe casi por escrito.

Arrodillados, sumergidos en el recogimiento de la capilla, los monjes encienden alguna vela que ilumine el rostro cadavérico del Cristo. Un olor seco de suciedad y cera desciende por los cruceros, alcanza el pórtico y sustenta las arcadas: es la pausada meditación, que alcanza su justo distanciamiento sobre lo humano para iluminar el tapiado, justo debajo del coro, donde aquella respiración animal, aquel abismo irreconciliable, respira y vive. La comunidad religiosa ofrece sus oraciones y sus lentas palabras de consuelo al alma que pugna entre las deformidades de la bestia.

Un horrendo vocerío, como naciendo de las fauces mismas, despierta con dolor del silencio de la oración.
—¡Satanás! ¡Satanás! —se oye, y un cuerpo pesado se golpea contra las paredes.
Una vez forzada la verja se arremolinan a su alrededor. Aquellas convulsiones, aquella baba que le nace, aquellas garras sucias, las palabras completamente ininteligibles que llenan de repulsión hacia lo desconocido.
—¡Amarradle antes de que se mate! —ordena el prior señalando al cuerpo tembloroso.

lunes, enero 23, 2006

Por qué se suicidan las ballenas


Este fin de semana, la noticia de la ballena que marchó a morir al Támesis me hizo recordar un libro que desde hacía un par de años, huérfano de alacena, vagaba de un armario a otro, del comedor al dormitorio, buscando su precioso momento de lectura. En fin, el libro se titula : "Por qué se suicidan las ballenas" (Destino libro 68,ISBN 84-233-1011-6) y el autor es otro mito, del cual solo tengo excelsas recomendaciones, Ramón J. Sender.

Circunstancias de la vida, estos días fueron en toda regla días de proceso iniciatico: un largo viaje a Oviedo me ha dado pie a desaparecer entre sus páginas. A empaparme y soñar con ellas.
El asunto no es baladí. Ramón J. Sender enfoca su sentido trascendente de manera magistral, utilizando su agudísimo sentido crítico y acudiendo a las mejores fuentes: Tolstoi, Conrad, Ramón y Cajal... pero, ¿por qué se suicidan las ballenas? Sender bucea en las inteligencias humanas y las compara con las de otros seres, las ballenas, por ejemplo: su cerebro es diez veces mayor que el nuestro y sin embargo, han sabido librarse de ese afán destructivo y nihilista que rodea al espíritu humano. El libro comienza más o menos:

"La paz ha dejado de estar de moda. Los mozalbetes de un credo u otro asesinan como si se entrenaran para el más celebrado de los deportes a lo largo de los siglos. El que mata a diez es un enfermo mental a quien hay que encerrar. El que mata a diez mil un líder político, si mata a un millón un jefe de estado. El que logra matar a veinte millones es un héroe polarizador de las corrientes históricas."

Lectura cómoda y reflexiva. No sesuda, sino de las que entran por el sentido común y por el corazón. Palabras de un sabio.

miércoles, enero 18, 2006

ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL DINERO Y EL FRÍO

En este gran poema de Luís Rosales, "ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL DINERO Y EL FRÍO", siempre he encontrado muchas verdades reveladas. Lo leí por primera vez de chico, aunque luego perdí su pista durante años, hasta que hace una década, más o menos, me lo topé por fin, sin querer, en esta pequeña obra maestra: DIARIO DE UNA RESURECCIÓN (Fondo de Cultura Económica - ISBN 84-375-0162-8). Es uno de mis libros de culto de poesía. Como era de esperar, arrancado de entre los cajones y olvidado en un puesto de la Feria del Libro de Ocasión de Valladolid.

Ah, perdonen por no haber presentado antes a mi poeta: Aquí Rosales, aquí mis compañeros y amigos lectores que acompañan el vuelo de mi lechuza.

Imagino que será conocido por Vds. Para los que no, no pierdan más su tiempo (que no su dinero), cuelguen teléfonos, lleguen tarde a sus citas, como yo estoy llegando para teclearlo, y no se metan hoy en la cama sin dar un par de vueltas al asunto.

Pero lean, lean...


EL DINERO SE PAGA,
hay personas que tienen millones como hay ballenas que tienen tos
porque nunca salieron del Polo,
y son sietemesinas a la chita callando,
y no saben qué hacer con el dinero,
y no saben qué hacer con el frío,
pues el dinero es acromegalítico
y a veces hace crecer tanto
que se han visto ballenas que son mayores que una ciudad,
ballenas millonarias,
que no dejan dormir a nadie con su sola respiración en diez kilómetros a la redonda,
y esto es lo grave
ya que lo marineros suelen decir que quien las oye respirar por la mañana queda cesante un año,
y quien las oye respirar por la noche
se queda tramitado y ya no vuelve a recobrar el uso de ser hombre.

EL DINERO SÓLO ES DINERO CUANDO SE GASTA,
dicen los libros y los niños,
y este principio puede vacunarnos
ya que el dinero acumulado suele tener consecuencias muy perniciosas:
distancia al hombre de sí mismo,
le da poder incomunicativo de expresar su agradecimiento con un cheque,
le entumece los pies alucinándolo,
y en esto se parecen el dinero y el frío.
Tendríamos que aprenderlo para hacer palmas con las orejas,
ya que el dinero, como si fuera un espejismo,
que no lo es,
todo lo hace posible,
todo lo hace posible, y al mismo tiempo sucedáneo,
y tiene tanta fuerza que puede trasladar un monte o destruir una ciudad,

pero no puede dar una alegría,
sólo brinda satisfacciones,
satisfacciones retaceadas, pluscuamperfectos, convergentes,
que año tras año
dejan su anonimato sobre el rostro
igual que la sonrisa se congela en la boca del muerto.
El dinero ha perdido la inocencia,
si es que la tuvo alguna vez,
por tanto,
cuando llegue el momento en que una hora vale más que un vida,
solo debe importarte
distinguir claramente entre tener satisfacciones y tener alegrías,
esta es la clave de vivir,
no hay otra,
puesto que el alquiler de las ballenas suele durar un año,
el alquiler de las mujeres suele durar dos meses
y el alquiler de los políticos suele durar el tiempo que se tarda en hacer una arma.

Y
es cierto,
desde luego,
y contraproducente,
que la riqueza nos convence de todo, pues tiene arcángeles reumáticos
que pueden conseguirnos hasta las olas en que el año pasado nos bañamos,
además,
es idolatra
y crea de vez en cuando un nuevo Dios que no nos sirve para nada,
pues no basta hacer dioses, es necesario creer en ellos,
y la facilidad es descreída,
no lo olvides,
ya que nos dice la experiencia que quien consigue cuanto quiere,
suele tener un aborto de corazón,
y le sobra la vida,
y ya no sabe que hacer con ella.

DICE LOS DIPUTADOS QUE LOS MUERTOS TIENEN CONVERSACIONES ADMIRABLES;
las ballenas se convierten en islas;
hay olivos, hormigas, enfermedades súbitas,
libros que se han escrito de pie,
pueblos desmoronándose
y cantantes
demasiados cantantes que siempre están protestando de algo.
Sí,
es cierto,
ya sabemos que hay cosas muy distintas:
dividendos,
gobiernos insepultos sobre todo en España,
castraciones,
desperdicios y esperanza de mejorar,
amores transitivos e intransitivos,
y besos que se dan a noventa días como letras de cambio
donde no se tramita la saliva,
y siempre son el mismo beso hereditario,
la misma ruina tenacísima
y desde luego el mismo frío aglutinado y uniforme
que llega hasta nosotros desde los cuatro puntos cardinales.
Y es curioso observar que con el frío,
llega también un día
en que es preciso que vayamos al Banco para pedir prestada una peseta
y entonces cae sobre nosotros lo que algunos filósofos llaman la nevada del pobre
y buscamos el Banco entre la lluvia y la nevisca a la buena de Dios,
y empezamos a andar cada vez más atónitos,
más ateridos,
y cuando arrecia la tormenta
queremos esperar pero no queda tiempo,
queremos resguardarnos pero no quedan árboles
porque algún industrial ha convertido el bosque en palillos de dientes,
y cada vez está más claro que en torno nuestro sólo hay nieve,
nieve caída y manufacturada,
nieve monosilábica y cayendo,
y seguimos andando durante toda nuestra vida para encontrar el Banco,
pero andamos cada vez con más frío,
con más impedimento y poquedad,
y al fin tropiezas en tus pies,
y caes,
y vuelves a caer
hasta que no puedes levantarte,
y te quedas quietecito y sabiendo
que la nieve interior es más fría que la nieve exterior,
y en torno tuyo la soledad se convierte en un crimen,
y todo es cielo y una sola nube,
y todo es nieve y una misma nieve
cuando ya el cuerpo te amortaja y te viste de muerto,
y al contraerte tienes un vómito que se hiela al contacto del aire
y se queda colgado, como una barba amarillenta, sobre el rostro,

y comprendes que ya no puede sucederte nada
pues has llegado al éxtasis y sólo vives para ti,
el cuerpo ha decretado tu expulsión,
y te rellena,
pero de afuera a adentro,
mientras la vida se repliega, se sume, par-pa-dea
hasta que sólo queda en ti una oscura conciencia prenatal,
y no sabes que has muerto porque empiezas a ser feliz,
y la nieve va cubriéndote sin ver la luz...

y es tan dulce mirar sin ver la luz...

y es tan dulce no sentir en el cuerpo ni siquiera el latir del corazón...

no saber dónde cantan los pájaros...

porque tú ya no escuchas,
y te quedas al fin deshabitado,
y en esto se parece el dinero y el frío.

lunes, enero 16, 2006

Una simple lección de la vida


Cuando llegamos era tarde: el sol se ponía sobre las cumbres nevadas del puerto de los Ancares, y las torcedumbres de la carretera aterrizaban suavemente al valle, hostigado por la espesura y las bocas legendarias de los lobos.

En aquel tiempo, y de esto hace más de una década, todavía habitaba el último paisano del lugar una palloza. El edificio derrengado, hosco y feo, conservaba, no obstante, el indefinido inventario del remoto y torvo pasado de aquellas tierras. En la puerta, como siempre tenía por costumbre, acurrucado, descansaba el viejecito, arrugado, retozando los finales rayos de su existencia.

Pronto, en el bar, sorprendidos por la tardía llegada de nuestro grupo de expedicionarios campistas, nos dieron señal de la ubicación de su matusalén, aunque si bien, él hacia un buen rato que nos esperaba, quizás diríase, una eternidad.

Lo reconozco, señores, porque no entendí nada de la conversación con aquel viejo, puesto que utilizaba un singular idioma de encrucijada de tierras, mezcla de gallego, castellano y quien sabe si hasta de bable.

Fue un paseo largo, inabarcable a la memoria. Recorrimos juntos, muy lentamente, paso a paso el pueblito y entre los primeras candelas de la noche, aquel hombre, utilizando gestos simples y la profundidad de sus ojos, nos hizo ver porque las tierras no tienen dueños, ni líneas y las naciones las hacen los hombres con sus vidas a su uso y medida, generación tras generación. Como los costumbres vienen y van, los mundos-países se nos transforman. Es inexorable.

Aquel anciano fue el último de su estirpe, el postrero representante de un sueño caduco. Y a su lado, nosotros, los jóvenes discípulos dispuestos a aprender aquella simple lección de la vida.

Y a transmitirla.

miércoles, enero 11, 2006

Haikus del viajero de la cerveza

¡A los bares! Fuente de inspiración, y expiración, hasta
para muchos, de conspiración.

Con la cervecita al hombro, quién
no es poeta por estos lares, quién no desplega un par de ripios para
conquistar a los traseuntes.

-¡Camarera!, ¡Otro trago!¡qué tengo un par de Haikus para
piropearla con esmero!¡qué hoy malverso mi filosofía baratera!


1.

Tenían alma, luego bullían.

2.

Con la tiza escribió
el número uno y pensó:
el tahúr,
el zurdo y
el mago.

3.

Del futbolín,
el filósofo
con la cerveza.

4.

No vuela quien no
despega:

Con alas de palo
marinero de cartón piedra.

5.

En el bosque, la comadreja
roe la hura.

martes, enero 03, 2006

Salvaje 2006!


Feliz año nuevo,
estúpido malestar del vientre

somos pécoras sarnosas
rastrojos mendigos dolientes

hay cabañas asesinas
con muertos y crímenes luciferes

que nos enquistan los caminos
nos arrasan
nos magullan los dientes

Feliz año nuevo chico
pon en orden tu simiente

el que no llora no mama
y el que no sepa
a pedir paso-burra

a por otra,
que darán menos por más

y a ser valientes.