jueves, marzo 31, 2005

Dos bocas y una oreja...

Con perdón, hoy parece que Dios nos haya dado dos bocas y una oreja.

Cuenta la leyenda que el sabio arremetió con su mirada al pupilo mientras torpemente se agitaba contra el encerado de la Universidad. No paraba de hablar y su cuerpecillo se tambaleaba profusamente al defender una fútil tesis.

- So what ? (¿Y qué?) - le espetó sin esperar otra, el sabio, para por fin callarlo.

El jovencillo se quedó allí temblando, vencido, triste y conmovido por aquella frase inhóspita.
La no palabra era más valiosa para el sabio.

Se imaginan, señores, un mundo en el cual, por cualquier estúpida razón se hiciera el silencio: las radios, los periódicos, hasta las mismísimas conversaciones aburridas y repetidas.

Cuando voy a coger el bus todos los días, el pio pio de los pajarillos me conmueve más que muchos galantes discursos de los hermeneutas. Y disfruto escuchando.



Y pues, demos paso al silencio. Al silencio.

martes, marzo 29, 2005

El otero de la lechuza

"Sobre el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza" (Antonio Machado)

Quisiera arrancar con estas palabras, que como he dicho antes, acompañaron mi niñez y me acompañarán, espero que largos años.

Comparto con Machado el amor a Castilla. Compartiré con él, la precisa mirada de la lechuza, que descarga su intensidad (siempre fija, hastiadora) en el paisaje.

Sé que ahora somos hombres de ciudad, es decir, de mirada pegada al asfalto, lindada por la altura de los edificios. Desde mi oficina, la sierra de Madrid se cercena por una mole absurda de casi veinte plantas.

Sin embargo, ahora desde mi otero, podré divisar y contemplar el horizonte pleno.

Y esto pretendo relataros con mis letras.

El otero de la lechuza

"Por el olivar se vio a la lechuza volar y volar..."

Siempre llevo conmigo este verso de Antonio Machado.
No hay mejor compañero del camino inaugurado.