jueves, enero 24, 2008

Last Great American Whale


La lechuza os propone una nueva entrada de mi adorado Lou Reed, procedente de N.Y.,que por cierto no me ha sido posible encontrar esta vez en youtube. Aquí está la letra original y mi propuesta. No va de casualidad este comentario, más bien al hilo (hilado) de las presidenciales, y quien sabe también algo se rasque de las nuestras. Y que os guste.
.

Dicen que nunca tuvo enemigos
que era una grandeza a conservar.
Fue la última superviviente de su progenie
la última de este lado del planeta.

Medía media milla de morro a rabo
plata y azabache con poderosas aletas.
Dicen que podía partir una montaña en dos
así fue como nos llegó el Gran Cañón.

Dicen haberla visto en los Grandes Lagos
Otros también dicen que estuvo por la costa de Florida
mi madre dijo haberla visto en Chinatown
aunque tú nunca debes creerla todo.

En Carolina el sol brilla con fuerza durante el día
y el faro tintinea fantasmagórico de noche.
El jefe de la tribu asesinó al hijo del alcalde,
un jodido racista,
y fue sentenciado a muerte en 1958.

Claro que el chaval del alcalde era todo un cerdo
escupía a los indios y cosas mucho peores
por eso el viejo chamán hundió un hacha en la cabeza
su vida comparada con la muerte era apenas nada.

Los hermanos se reunieron junto al faro
a cantar, a conjurar un vendaval o una tormenta.
El puerto se resquebrajó y
la Gran Ballena brincó fuera del océano con ímpetu,
causando un enorme maremoto
una gigantesca ola que derrumbó la cárcel y liberó al jefe.

La tribu rugía su triunfo
los blancos se ahogaron, y los marroncitos y rojos al fin fueron libres,
aunque la desgracia finalmente llegó:

Algún miembro local del NRA (Nacional Rifle of America)
tomó su bazoka del armario del comedor
y pensando que podía hacer puntería sobre los indios
voló los sesos de la ballena
con su arpón metálico.

Joder, a los americanos nos les preocupan
las cosas, y menos aún la tierra y los mares,
la vida animal no les interesa para nada
menos aún la del propio ser humano.

A los americanos no les preocupa demasiado la belleza,
se cagarían en los ríos,
hasta arrojarían el ácido de sus baterías a un manantial,
pero miran las ratas muertas flotando en la playa
y les jode si entonces no pueden bañarse.

Dicen que las cosas están hechas para la mayoría
nadie cree la mitad de lo que ves,
y nada de lo que tú escuchas,
Es como mi amigo y pintor, Donald, me contara:
“Pincha con un tenedor en su culo,
dales la vuelta y
ya, estarán hechos"

martes, enero 15, 2008

Tempus Fugit / El torbellino de la ciudad


La lechuza ha tejido la siguiente reflexión sobre el tiempo y los torbellinos de la ciudad. Las prisas y los trabajos que nos arrancan la vida.


«Es el torbellino de la ciudad donde duerme la miseria propia de las clases absurdas, de los cincuentones empeñados en el triunfo propicio de la dura maquinaria o la de los becarios que asistieron al postrero maratón pornográfico y que llegaron borrachos a sus puestos de trabajo; es el torbellino donde la miseria duerme, la puta miseria de los ejecutivos que vendieron sueños y trucaron libertad en barracas, todo ello remachado por una borla de acero pulido. Es este un viaje atroz de la vejez que nunca exhibiremos, a lo ñoño, en parte a lo no valiente. Somos dueños del círculo vicioso de las cerraduras vigiladas y parece mentira que suba tanto la marea (y que baje la bolsa), que fumar sea un deporte perseguido y domiciliado y que la noche sepa a mocedad devanada y a sepia a un mismo tiempo; que sea éste un dolor ácido como la miel de los funcionarios, un sabor a cultivar entre los minerales de los huertos de los profesionales solteros, en los estudios apantallados por los creativos, en las pestañas a las que nunca perteneceremos pero que sudamos con la boca clausurada, palabras a las que también debemos regresar tal vez de madrugada o quizás por las tardes tras un largo paseo entre confesiones apegadas y cañas. Somos huérfanos de nuestros encéfalos, somos camaradas asesinados por las codorniz de las oficinas, por su canto de nueve a cinco todos los días, por los niños numerados de los departamentos contables que no educaremos jamás, por las cautivadoras de lamentos telegráficos, por las fisgonas de los confesionarios y las porterías, por los financieros y sus porcentajes subrogados fuera de plazo, por las pájaras que se beben nuestro vino y lo vomitan, por el amontillado, inclusive por aquel jerez que nunca llegó a fabricarse, quizás por la pájara primavera que vemos pasar en la ventana, por la puta mocedad que entregamos en aquella propicia quintaesencia que se nos escurrió el día que nos besaron justo a tiempo, aquel preciso día que construimos nuestro C.V. de lágrimas, entre rosas de granito y cerros ahumados desde los que nos descolgamos en un lamentable vuelo de águila. En el torbellino de la ciudad nos paseamos y nos buscaron las manos o los codos o las extremidades y luego nos miraron tanto a los dientes, blancos y desgastados, y andamos a gatas y reptamos por las aceras hasta hacernos heridas y si hacía frío entonces nos arropamos más pero nunca será suficiente para amamantarnos con deseo: es el torbellino de la ciudad donde la muerte vino como habría llegado antes el tren de las tres, como habríamos comprado el periódico con puntualidad metódica durante veinte años seguidos, como nos auscultaba el doctor cuando nos dolía el pecho y tosíamos, como nos limpiamos la pus de los ojos, como nos follamos entre las sábanas calientes de la madrugada. La muerte vino y fue menester acompañarla, eran sus dientes fríos y sus cuencas algo cerradas y sus orgullos y sus gusanos ociosos de podredumbre. Llegó la muerte y se nos llevó al valiente capitán de fragata, al policía uniformado de duende, al filósofo de pavanas, al constructor de lutos y cenefas, al meneador de aljibes de calima, al porteador de plagios, al obrero de almonedas y presagios, al libelo de los escrotos, al musicólogo adiestrado en clave de fa, la muerte que se nos llevó sus espumas y nos dejó el mismo torbellino de la ciudad liberada, la ciudad mística que solíamos rodear de este a oeste para emborracharnos, la misma ciudad que acompañamos y meamos y paseamos con sus setenta costuras abiertas, la ciudad que visitaron nuestros abuelos, que levantamos y retrocedimos en cerros místicos, que vomitamos cuando otros se la gastaban en las bibliotecas, la ciudad que pertrechó la muerte de (co)razones y tramontanas. Solo entonces habría de llegar el gran mago imberbe, y con su inmensa borla insólita insinuar la vaga palabra mágica del destino que tejería el sueño. Será solo entonces cuando por fin nos transfiguremos en la virtuosa máquina. »

miércoles, enero 09, 2008

Xmas in February (Lou Reed)


Otra tema de su album de New York. Demasiado tarde para ser navidad, aunque quizás sea demasiado pronto para vengan los carnavales de este año. Y esta vez dedicado al Vietnam, a una guerra (una más) que no se ganó. Pura coincidencia. O Escuchadlo.

____


Sam yacía tirado en la jungla
soldado envuelto en agente naranja /
y la niebla y la línea mermelada del horizonte /
con Hendrix, sonando por boca del jukebox extranjero /
todos rezaban por ser salvados /
aquellos chavales eran fieros /
animales sin ningún miedo: /
este es el precio que pagas
cuando invades /

Xmas in February.

Sam perdió su brazo, fue en algún pueblo fronterizo /
sus dedos se mezclaron con los otros restos /
si no fuma
el dolor nunca cesaría; /
la mitad de los muchachos fueron empaquetados
en bolsas negras
con sus nombres impresos: /

Xmas in February.

Sammy fue un bocado tan breve /
bocado del pueblo industrial de obreros
todos trabajaban en la fundición /
pero la fundición tuvo que cerrar /
creyó que en la armada
tendría su futuro,
aunque aquello fue música estéril, una voz casi como la de /

Xmas in February.

Sam miraba el muro de la guerra,
quizás fuese tan solo por un instante, ahora que está en casa
su mujer y su hijo le dejaron
él no trabaja
es el recuerdo de la guerra que nunca ganaron
es el tío de la calle con un cartel que dice
“Ayudad al vet(erano) a volver a casa”

pero él está ya en casa
y no hay navidad en febrero

y nunca no importa
lo que ahorres.

martes, enero 08, 2008

Las flores de Ariadna




Les prometo que hoy he visto las flores de Ariadna.

Del cielo se descuelgan sabores azules y pétreos, verdes y cierzos como madrigueras. Hielos y noches que despueblan los campos, que desmochan los cantos de los páramos. La tarde cayó hace tiempo y una tornasolada ventisca rueda ya por las esquinas, arrastra sus susurros y las voces arrasadas por los caminos. Pienso, es cierto: nadie pertenece a ningún lugar y los huesos nos serán enterrados para luego no ser sino tierra. Y sí, es cierto también que los poetas fueron voces, fueron del “regio”, del corifeo de barderas bordadas, de proclamas y sus victorias; pero, ¿y ahora?¿Quién los reclama?

Apago el motor del coche, apago sus luces. Paro en cualquier cuneta del camino. El atardecer se parapeta tras una deslomada repoblada por pinos, con algunos secarrales y cuchitriles donde se guardan los aperos de labranza. Pronto la oscuridad contagia el paisaje. Llega lo negro. Así es Castilla.

Y pienso, cuando encuentre a Ariadna saldré a describirle mi destino. Sí, en pocas palabras, tal vez en una cuarteta, en un haiku, en un romance. En tres palabras. Y en dos.

Cuando llegue Ariadna lameré su corazón porque dentro se guarda nuestro mayor secreto. Siempre quise escribir algo así. Hurgo en la radio, encuentro una emisora donde ponen un tema de Neruda y lamento no guardar algún papelito para garabatear sus palabras de golpe. De golpe. Por aquí la noche es fría y tangible, es un eco al que se llega desde el centro mismo, con el silencio atroz de sus hielos, de sus inviernos de piedra. Pero pasearía por estos caminos del páramo para siempre hasta dar con Ariadna, quizás se esconda entre los majuelos o dormite por las hojas de la higuera. Quizás transportada por el runrún de la lechuza.

Si ven a Ariadna díganle que los poetas de hoy tienen VISA, que compran pasquines, que van a la piscina, que vomitan café y tienen prisa, que se acomodan al ruido. Que viajan desnudos a la muerte. Y hay galerías y pasadizos donde guardan su silencio en cofres, y pesan sus palabras y las intercambian por adoquines, que trabajan en fabricas rojas. Que venden su sangre y escriben en los ascensores.

Porque hay que escapar. Plegar velas. Volver a casa. Canjear tu hipoteca por un terreno de cebada, por un pozo y la luna. Hacer membrillo con tus propias manos. Tener una razón para ser uno mismo y nunca más en fila de a dos. Precisamente esto le diré a mi bebé cuando crezca: cuenta cien para ser digno, construye los versos pero vete.

Cuando vuelva Ariadna cambiaré su hilo por mi tocado. Ordenaré mis libros, pintaré sus flores doradas. Y si me buscan, cuenten de mi que todo fue un escándalo. Si me buscan, que ni los viejos me recuerden, ni tengan espacio mi versos, ni mi armadura cuelgue en la pared, ni mis botas hayan dejado huella alguna.