lunes, septiembre 10, 2007

He llorado


La lechuza se derrama como leche que hierve en la garganta del bebé, como un grito que se atravesará y fuera hiel y espanto. He llorado y tengo mil cristales rascando el cristalino, y es un llanto salvaje, es un dolor que te cruje y te hace distinto, es un horror de cosas pasadas, es un sueño que creía haber arrebatado al tiempo.

Ayer vomité y con el corazón de la mano conduje tan lejos que casi olvidé de donde vine.

jueves, septiembre 06, 2007


Maribi
ya te duermes de veras,
entre los pinos o las amapolas
con lavanda cercada en los cabellos,
con tu pelo ensortijado
con tu sonrisa de perla iluminada.


Te recuerdo alta y poderosa
capaz de conmover toda la noche,
solemne como el cierzo buscando su cueva guarecida,
dura como la lluvia que para y empapa los rincones.


Recuerdo tus palabras de un tiempo firme y precipitado
cuando aprendí que solo somos tesón,
que nuestros sueños alimentan la vida
que tenemos fe donde
el dolor participa de su vital deseo,
y que somos un camino
y nos corresponde recorrerlo a ciegas,


con la intensidad del gamo perseguido,
del amante que ama sin saber que será del final
amanecido.

martes, septiembre 04, 2007



Sincerémonos: J.M. había envejecido cabalmente.

Claro que tenía sus cosas, cosas que lo transformaban en un ser desapacible, en un malo hermoso, en un bonachón obtuso, en un ciego que lo veía todo. Y era esa dualidad onda corpúsculo la que le mantenía fértil como para mirarte a los ojos y cantarte las verdades que ningún otro se atrevió a soltarte antes. Parecía minusvalorarse aparentemente pero tal vez era solo una treta: la de un zorro astuto que aventaba los vientos, pero que también se travestía de apolillado fumador.

J.M. era un soñador ácrata y estaba contaminado por el ruido de la fábrica, por el pedaleo de las máquinas. Por el tartamudeo y por cualquier lágrima inventada adrede. Eso era lo que le hacía realmente magnífico, ese límite entre la pantomima y la realidad, entre el sarcasmo y la narración necrofílica.

Pero también hubiera dado todo por recuperar un tarro del J.M. que había compartido pienso conmigo y jugado a las máquinas recreativas a los 14 años, con aquella sobria crueldad que si bien mantenía atemperaba, se veía en la distancia como una joya que refulgía hermosa.

Ahora sé que somos torpes y J.M. supo hacer de ello un dominio, una seguridad de que lo humano es confuso y quizás, gracias a ello, mucho mejor. De él he aprendido que los guapos si follan lo hacen con la certidumbre de que el tiempo se les termina raudo, y son una calcomanía agostada y fofa.

Soy calvo, con voz desgarbada y tartamudeo. Pero cuando me voy de cañas con J.M. siento que aún me quedan muchas razones para reírme de la vida y del resto del mundo.

Por siempre, te saluda, la lechuza.