jueves, septiembre 29, 2005

Ni idea de yates


Aunque nunca haya tenido idea alguna sobre yates, aquel me parecía uno enorme; casi la mitad de un campo de fútbol. Era la sensación. Conté una, dos, tres y brinqué al mar. Todo parecía maravilloso: Las muchachitas paseando su palmito. Otras, recostadas, y de entrañables pucheros, con una copichuela de Don Perignon. Fantástico. Tres cubiertas. Veinte empleados de servicio, etc, cifras que bailaban (a ritmo pijo) en mi cabeza.

Hoy me sentía en mi salsa, parapetado contra las olas, voyeur travestido en una fiesterilla de jugadores de polo. Había sido invitado de rebote, por un antiguo compañero de tuna de Facultad, a quien la vida había premiado en segundas nupcias con la nuera del armador del barquito. Qué suertudo. Celebraban un encuentro de obligada asistencia cuando perteneces a la jetset de veraneo.

Así pues, como soy bastante caradura no supe negarme, aun sabiendo la diferencia de clases: y deben reconocerlo, soy mucho más guapo y joven que ellos. Fue divertido: me pasé el día tonteando y debía de resultar bastante extraño, con mis bermudas largas y floreadas, todo pálido, igualito al encalado de mi casa de Málaga y mis gafas de plasticucho, imitación a las de Armani.

Luego llegó la noche, se encendieron las luces. Música de los Juanes a bordo. Conversación insustancial, el puerto de Algeciras por fondo. Me sentía distinto, qué digo, mejor, superior, de crucero. La brisa traía aromas de pescadito frito, reminiscencias de los chiringuitos de playa.

No sé cómo llegué al puesto de mando del yate, donde un viejo marino de mar fumaba en pipa mientras descifraba mi facha. Su larguísima barba blanca le daba un toque peliculero. Capitanes intrépidos, pensé con guasa. Me saludó y nos presentamos. Resultó ser una persona franca y sencilla. Pronto confraternizamos. Hablamos del mar Mediterráneo.

De improviso mudó su sonrisa, y de un pequeño cajón sacó unos prismáticos. Miró mar adentro, escrutando el infinito resplandor de la línea del horizonte. Al cabo de unos minutos tomó la radio y avisó a los guardacostas. Alerta por aquella visión me señaló un punto que parpadeaba en una pantalla del cuadro de mando. Era el radar.
Me encogí de hombros."Otra patera a la deriva.", dijo. Y nos quedamos en silencio. En su frase la impotencia olía a salitre y sus ojillos temblaban, como quien alcanza con una aguja homicida un recodo abierto a la madera más seca e impenetrable.

lunes, septiembre 26, 2005

La fragilidad del monte y la memoria


Ya que la memoria humana es frágil como la rama del retoño del olivo, pronto se olvidarían del monte quemado. Sin más. Dejaron de visitar aquellos parajes, de pasear sus cresterías, sus despeñadas, de reposar los senderos, de transitar las encrucijadas. Decidieron no reforestarlo.

Las fincas se abandonaron. Murieron los abuelos, los últimos que habían jugado junto al centenario olivar. Y todos ya creían que aquellas montañas siempre habían sido así de feas, secarrales horribles donde los relámpagos se estrellaban. Y borraron la hermosa ermita de sus retinas.

Después la ciudad creció como una telaraña, las torrenteras fueron asfaltadas, las viejas pistas fueron transformadas en modernas avenidas numeradas par e impar. La cumbre edificada con un centro comercial de cristal esmerilado. Se taladró la montaña. La maquinaría pesada desbrozó el último arbolado. Se desmocharon los cerrillos. Y los esbeltos rascacielos competían por alcanzar el firmamento.

Pobres, ricos, cualesquiera, hacinaron las colinas. Crecieron barriadas asfixiadas y las laderas eran ahora decorados de tejaditos multicolor. Del monte extinto, el efímero parquecillo acorralado, la última fuente, el manantial contaminado que una tarde de abril hubo dejado de brotar por agotamiento.

A pesar de todo, algo nos había quedado de aquel mundo perdido: sus palabras. Recuerdos de cuando por el paseo de la cañada transitaba el ganado, cuando cruzar el paso donde ubicaron la antena de televisión significaba una temeraria travesía de una jornada, de las loberas y los nidos de águilas del contorno que nombraban ahora retorcidos callejones.

Los niños las estudiaban en la escuela. En su imaginación, la ciudad se transformaba por el rumor de la vegetación, el trasiego de los animalillos del bosque y la plazas, avenidas, se repoblaban fantasmalmente fruto de aquel accidente toponímico de la memoria. Luego los chavales salían al patio, recreando aquel mundo desaparecido. Se maravillaban como detrás de aquel gran edificio de un banco podía hacer crecido una pequeña dehesa. Y juraban que de mayores harían todo lo posible por arreglar aquel absurdo desaguisado, cambiarían lo que fuese necesario por recuperar su monte, aunque bien mirado, cuando crecían, sus quehaceres les iban apartando de aquel recto deseo y la pátina del olvido anestesiaba los sueños de la infancia.
Únicamente apuntarles este último detalle, casi desapercibido por insignificante. El paseo del cauce todas las primaveras se inundaba, como si la naturaleza cabezota, reclamase un territorio, que por otro lado, de por siempre le había pertenecido.

Nota: La fotografía fue tomada este verano en Óbidos (Portugal) por mi.

martes, septiembre 13, 2005

De vuelta en casa:

Gafitas retro ahumadas, cinturita melosa y regordeta, el cálido sabor de la brisa que se va.
Esto es Madrid: esta jodida ciudad, sus prisas y sus ascos. Ya no me acordaba, pero tengo envidia hasta de mi vecino. Su coche corre más y el muy cabrón es (encima) funcionario.

Y aquí me tenéis, encerrado en la urna de cristal de la oficina. Mascullando mi nausea.
Mirando por la ventana del ordenador. Solo, muy solo, cochinamente solo.

Quisiera volar como la lechuza y como ella misma, hacerme de noche y otear el horizonte.
Un año más, la mochila a cuestas, soy colegial del nuevo curso, 2005-2006,
ayer me compré los libros y la columna me llega al techo.

Tan solo un detalle. Mi blog. Amado compañero. Bebida infanticida. Polvo perverso.
Estimado canalla.

Saludos a todos,

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Pequeña noticia: me han publicado un microrelato "Corazón de encina". Leedlo y me decís.

http://www.margencero.com/relatos/relatos_index.htm